
Así se titulaba una famosa novela de Milan Kundera que nos describía del vacío en el que muchas personas de nuestro tiempo van recorriendo los caminos de sus vidas. Nietzsche nos anunció la muerte de Dios, pero la voluntad de poder y el superhombre que había de guiar al hombre no surgen por ningún lado, y hoy parece que muchos caminan desorientados, sin saber a dónde van. Nos asusta tomar conciencia de nuestra fragilidad en un mundo cambiante, lleno de retos y conflictos. La pandemia nos ha enfrentado con nosotros mismos y nos ha hecho descubrir un vacío que intentamos llenar, y cuesta conseguirlo.
Una charla famosa de TED, con más de 50 millones de visualizaciones en Youtube se titula: El poder de la vulnerabilidad, de Brené Brown. Su contenido va en la línea de mostrar la importancia de aceptar nuestra debilidad para poder crecer humanamente, a nivel personal y social. El ser humano, a diferencia de los animales, nace totalmente vulnerable, y necesita años para poder valerse por sí mismo. Esta deficiencia es, al mismo tiempo, la causa de su grandeza y su inmenso potencial de crecimiento, porque le permite ir interaccionando con otros seres humanos en un proceso de aprendizaje que no tiene comparación con ningún otro ser vivo.
El crecimiento humano asume la base de naturaleza animal, pero va más allá con el desarrollo de la racionalidad, una capacidad ambigua que puede usarse muy diversamente. El hombre es un ser racional, pero su razón puede ser usada para bien o para mal, y siempre está en busca de significado, de sentido. Todas las acciones humanas necesitan un sentido. Así aparecen la ética y la moral como dimensiones humanas fundamentales.
Pero el ser humano tiene una identidad personal y social que se va construyendo en comunidad. Necesita situarse en un grupo, formar parte de un colectivo, inscribirse en una historia, unirse a algo más grande que uno mismo. Somos seres narrativos, que nos vamos construyendo biográficamente en una historia con sentido. Decía Víctor Frankl que el hombre es un ser en busca de sentido. Y el sentido viene dado por el conocimiento de la realidad y por la relación con los demás. Así se construye nuestra propia historia, que es una relación con nosotros mismos, con el mundo, con los demás. Necesitamos apegos afectivos, vínculos de amor y de admiración, modelos, héroes, ídolos o dioses que nos orienten y acompañen, y a los que acompañar. En relación con ellos construimos nuestra propia identidad. Y por eso nos gustan las historias: los cuentos desde niños nos presentan horizontes vitales con retos y peligros, en los que entramos, jugando. Imaginamos futuros posibles en los que vamos intuyendo nuestros sueños y la realización de nuestros anhelos. Con el paso de los años la vida nos hace aterrizar y valoramos más los detalles cotidianos, los gestos humanos, la gratuidad.
La madurez es descubrir en la realidad que nos toca vivir la realización posible de aquello que habíamos soñado. De una forma distinta, pero quizás más real. El pensamiento y la imaginación abren caminos y posibilidades que hay que contemplar, pero sólo madura quien sabe encarnar sus deseos en la vida real, asumiendo el aprendizaje necesario que comporta etapas de sufrimiento y desierto. Quien no acepta la realidad vive engañado o decepcionado, se cierra en sí mismo culpando a otros, o se acostumbra a vivir en el engaño y la mediocridad. La madurez no es otra cosa que realizar nuestros sueños en la realidad, asumiendo el proceso biográfico que nos va purificando y nos prepara para asumir como gracia y como regalo (de un modo inesperado) todo aquello que pensábamos que podríamos conseguir con nuestras propias fuerzas. La madurez es sustituir nuestros sueños infantiles coloreados de ingenuidad y omnipotencia con aquello que la vida nos presenta y descubrir allí una vida con sentido, con nuestra libertad. También descubrimos la huella de nuestras propias elecciones erróneas, fracasos y equivocaciones. Solamente la honradez y coherencia personal puede recorrer este camino. No importan tanto las debilidades y pecados, cuando persiste la voluntad personal de buscar la verdad y el bien en medio de cualquier situación y circunstancia que uno pueda encontrar.
Necesitamos historias que den sentido a nuestra vida. Si nuestra propia historia carece de riqueza y profundidad necesitamos sumergirnos en otras historias. Y por eso la gente puede pasar horas contemplando los relatos de vidas ajenas, de famosos en cuyas vidas identificamos nuestros anhelos y fatigas o historias de superhéroes donde nos atrae aquella grandeza que intuye nuestro interior pero que la realidad esconde. Y precisamos de la cultura, la literatura, las películas… con las historias de quienes vivieron o fueron imaginados, sumergiéndonos en sus pasiones y fracasos, alegrías y decepciones, dramas y aventuras.
En otros tiempos ayudaba insertar las propias vidas en una Historia de Salvación, donde Dios se hacía presente y nos convocaba y enviaba a una misión. Hoy mucha gente ha perdido esa referencia, pero el anhelo persiste con nuevas formas de espiritualidad o sucedáneos. Algunos navegan perdidos, otros encuentran nuevos ídolos o modelos para seguir o imitar: actores, deportistas, científicos, youtubers, etc. Y los medios de comunicación y las plataformas audiovisuales nos inundan con infinidad de historias, adaptadas a nuestros gustos y necesidades, incluyendo a discreción fantasía, romanticismo, violencia o dramatismo, sexo o ternura, venganza o redención. Pronto la IA (inteligencia artificial) nos va a dar la posibilidad de insertarnos, gracias a la realidad virtual, en aquellas historias diseñadas a nuestra medida, con nuestros propios gustos y necesidades. Y todo aquello que nos gustaría experimentar y no podemos realizar en el mundo real será posible en nuestra propia historia creada artificialmente y de ficción: allí podremos ser héroes, campeones, deportistas, asesinos, machos alfa o depredadores sexuales sin ningún problema. ¿Seremos más humanos? Probablemente no. Algunos lo usarán para progresar en su humanidad y otros para alejarse de ella. La tecnología es positiva pero sólo será buena si se promueve con criterios verdaderamente humanizadores.
La gran tentación actual es que la mayoría de la gente viva en el engaño y la mentira, historias de ficción creadas para distraer y consolar a las masas y evitar que no haya conflictos sociales. Un nuevo opio del pueblo. Y mientras la verdadera historia de la humanidad la escriben unos pocos, la mayoría se conforma con poder participar en unas vidas con sentido diseñadas por otros. Sumergirnos en historias atrayentes (aunque sean falsas) adaptadas a nuestros gustos y necesidades subjetivos, que han sido desvelados por los mecanismos de seguimiento y detección de conductas que se van incorporando a los elementos tecnológicos que usamos diariamente y que nos van escaneando, sin que nos demos cuenta.
Hoy es más importante que nunca la educación. Formar a personas maduras para que sepan elegir, discernir, favorecer el bien y los valores humanos, superar la fragilidad para edificar una sociedad más justa y solidaria. Aprender a vivir la vida, vivir historias reales, no conformarnos con historias de ficción con las que quieren aletargarnos.
Es necesario promover un auténtico humanismo que aspire a salvar los verdaderos valores humanos y a defender lo auténtico en su ser y su conducta, ya que el ser humano corre peligro de convertirse en una marioneta de sonrisa forzada y artificial, movida por intereses ocultos: engañados, pero contentos.








