Una santidad profana para nuestro tiempo

Xabier Segura Echezárraga

Introducción: una santidad diferente

En nuestro tiempo, experimentamos una profunda búsqueda de autenticidad en la vida espiritual. Muchas personas sienten que la religión tradicional se ha alejado de sus preocupaciones cotidianas, dejando un vacío entre lo sagrado y lo profano. Sin embargo, existe una propuesta revolucionaria que invita a reconciliar ambos aspectos: hacer sagrado todo lo que en la creación divina fue considerado profano.

Esta es la esencia de una santidad profana para nuestro tiempo: una transformación espiritual que no rechaza el cuerpo, la belleza, la libertad y la alegría del mundo, sino que las consagra como expresiones válidas del capricho divino.

El cuerpo como expresión de santidad

La propuesta teológica que atraviesa esta reflexión comienza con una verdad fundamental: la santidad se expresa necesariamente en el cuerpo. No se trata de una santidad desencarnada o puramente espiritual, sino de una transformación que toca cada aspecto de nuestra existencia material.

Como nos recordó Francesc Casanovas en su catequesis dirigida a la comunidad del Seminario del Pueblo de Dios en Betxí (Castelló) el 25 de junio de 1989, el ser humano es cuerpo. Esta no es una limitación, sino una verdad fundamental: «El hombre es cuerpo». El cuerpo es el lugar donde Dios se expresa cuando se encarna en Jesucristo, y es también el lugar donde cada uno de nosotros debe vivir y encarnar la voluntad divina.

En la tradición cristiana, hemos heredado a menudo una espiritualidad que veía el cuerpo con sospecha. Se entendía la santidad como negación del cuerpo, a través de ayunos, mortificaciones y penitencias rigurosas. Pero esta comprensión limita profundamente el potencial transformador de la fe. Casanovas nos propone un camino diferente: no se trata de aniquilar los instintos, sino de transformarlos en amor.

La santidad como capricho de Dios

Lo que Casanovas denomina «el capricho de Dios» es el misterio de la intención divina al crear al ser humano: una criatura libre, sabia y feliz, capaz de llevar adelante la aventura maravillosa de la creación. Esta es la característica fundamental de la santidad en la mentalidad nueva: no es un modelo único y establecido, sino una forma renovada de vivir la relación con Dios que respeta la dignidad, la libertad y la singularidad de cada persona.

El problema de muchos modelos de santidad históricos es que han enfatizado excesivamente «las cosas del cielo» y muy poco «las de la tierra», generando una división entre lo sagrado y lo profano. Así, el cuerpo llegó a ser visto como «la prisión del alma», una realidad que la espiritualidad ascética tradicional reforzó. Pero cuando comprendemos que Dios mismo se encarnó en un cuerpo, que comió, trabajó, gozó de la compañía de amigos, entonces reconocemos que la vida cotidiana, material y corporal es el verdadero lugar de encuentro con lo divino.

Convertir lo profano en sagrado

Esta es la paradoja liberadora de la santidad profana: nuestro sacerdocio real consiste en hacer sagrado todo lo que es profano. No mediante la negación o la huida del mundo, sino mediante una consagración amorosa de cada aspecto de la creación.

Casanovas ilustra esto con un contraste sutil pero profundo: el ejemplo de San Luis Gonzaga, quien según la tradición nunca miró el rostro de una mujer ni siquiera el de su madre. Esta forma extrema de pureza expresa una verdad importante sobre la intención (buscar a Dios), pero no es la forma que debe caracterizar la espiritualidad contemporánea. En cambio, en el Seminario del Pueblo de Dios se invita a mirar el rostro de una mujer o un hombre en la limpieza y transparencia de la intención divina, descubriendo en ello el capricho de Dios, la voluntad divina.

La santidad profana significa entonces:

  • Libertad sin licencia: Vivir los «siete aspectos» o dimensiones de la vida humana en armonía y equilibrio. La espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich nos ayuda.
  • Belleza y arte: La santidad «se enraíza en el cuerpo, pero se expresa en el arte», en la búsqueda de la elegancia, la armonía y la belleza.
  • Intención diáfana: Que mi mirada sea «limpia», es decir, que en cada acto busque coincidir con la intención de Dios.
  • Corporalidad dignificada: Entender que los instintos no deben ser aniquilados sino transformados en amor.

La Iglesia como luz del mundo

Una de las intuiciones más audaces de Casanovas es que la Iglesia debe ser la luz que el mundo espera, no una luz impuesta. El mundo no acepta «gato por liebre»; rechaza lo que percibe como engaño. Si la Iglesia pretende ser «la luz del mundo» pero ofrece una luz que no es arte, belleza, armonía, relación y «capricho de Dios», el mundo dice simplemente «no».

Esta es la razón por la que la santidad profana tiene relevancia precisamente ahora: vivida con autenticidad, ella sí es la luz que el mundo espera. No porque el mundo busque una espiritualidad diluida o superficial, sino porque busca una verdad encarnada, una belleza visible, una libertad responsable. Cuando el creyente vive de manera integrada, transformando lo cotidiano en expresión del capricho divino, entonces ofrece realmente algo que el mundo anhela ver.

Una concentración artística

Para vivir esta santidad profana necesitamos lo que Casanovas llama «concentración artística»: no una concentración técnica o esforzada, sino una contemplación activa que ve el contexto, sabe ir a fondo, relaciona las cosas y no se deja sorprender.

Cuando vivimos en esta concentración, descubrimos que toda coordinación de nuestras actividades cotidianas se convierte en un arte. Incluso el dolor es belleza —como el Crucificado es «la expresión más bella del arte que conocemos». Así, durante todo el día, en nuestras diferentes tareas, expresamos la armonía de la santidad.

Conclusión: una aventura personal y comunitaria

La santidad profana no es un conjunto de reglas, sino una aventura. Es un proceso en el que unos llegan antes que otros, unos de una forma y otros de otra. Pero es, ante todo, una búsqueda comunitaria: un conjunto de hombres y mujeres unidos en Jesucristo que hacen el mismo camino, personalmente y con unidad.

Lo que Dios espera de nosotros es sinceridad y nobleza en el deseo de vivir el ideal de la unidad y el misterio de Jesucristo. De ello depende nuestra autenticidad. Y así, en este camino, descubriremos que cada rostro, cada cuerpo, cada vida, se va configurando en la santidad: el capricho divino hecho carne.

Para nuestro tiempo, la invitación es clara: dejar de vivir divididos entre una espiritualidad de «los cielos» y una vida cotidiana de «la tierra». La santidad profana nos llama a la integración total, a la conversión de mentalidad, a descubrir que Dios está precisamente donde parecía que estaba prohibido buscarlo.

Como dijo el Apóstol Pablo: «Todo es vuestro y vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Co 3, 22b-23). En esta verdad reside la libertad liberadora de la santidad profana: no es un camino de negación, sino de plenitud.


Fuente: Catequesis de Francesc Casanovas a la comunidad del Seminario del Pueblo de Dios, en la Casa Diocesana de Espiritualidad Betxí Regina Apostolorum, Castelló, 25 de junio de 1989.

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