El amor de Dios no es un amor sentimental

Xabier Segura Echezárraga

En la reunión de final de curso del Seminario del Pueblo de Dios, celebrada en Betxí el 24 de junio de 1989, Francesc Casanovas insistía en algo que solemos olvidar: el amor de Dios no se parece mucho a los «amores humanos», que con frecuencia son pasajeros.
Si no hacemos esta distinción, mezclamos sentimientos con fe, dependencia emocional con verdadera vida espiritual. Y no nos aclaramos.

1. Los sentimientos no son el amor de Dios

Casanovas lo expresaba con franqueza: los sentimientos son inevitables y forman parte de nuestra humanidad, pero no definen el amor divino. «Los sentimientos fluctúan, suben y bajan, se mezclan con egoísmos, heridas y necesidades. El amor de Dios, en cambio, purifica el corazón humano porque no nace de nuestras carencias, sino de su fidelidad”.

2. El amor humano crea dependencias; el de Dios, libertad

Casanovas advertía: los amores humanos, incluso los más nobles, tienden a generar dependencias. «A veces llevamos dentro sentimientos pegajosos, que buscan seguridad, aprobación o reciprocidad. Son afectos que pueden esclavizar, porque dejamos que el otro determine nuestra paz interior”. El amor de Dios, por el contrario, libera. No exige, no reclama nada, no se impone: «Quien se sabe amado por Dios puede amar sin poseer, acompañar sin controlar, ofrecer sin esperar nada a cambio”.

3. Los amores humanos reclaman; el amor de Dios persevera

Los amores humanos buscan respuestas y reconocimiento, mientras que el amor de Dios es perseverante: «El amor de Dios ama primero, ama siempre y no para, aunque no sea correspondido. El modelo es Cristo en la cruz: sigue amando cuando todo alrededor cae”. Por eso Casanovas afirmaba: «El amor divino promueve una respuesta amorosa, pero no depende de ella. Cuando no encuentra respuesta, no se apaga: continúa amando.

4. El amor de Dios tiene su fuente en Dios y nos da plenitud

La clave está en la fuente: el amor de Dios no nace del vacío humano, sino de la plenitud divina. «Recibimos el amor por la fe, no por sensibilidad. Cuando uno se sabe amado así—sin condiciones, sin chantajes afectivos, sin miedos—, brota una libertad interior que no esclaviza a nadie ni se deja esclavizar por nadie”. El amor de Dios no crea cadenas de dependencia, sino que desborda y plenifica: «Dios nos ama, y de esa plenitud interior brotan nuestras obras”.

5. Un amor que no crea esclavos, sino hijos

Finalmente, el amor de Dios no retiene, sino que impulsa y reconcilia. «No busca poseer, sino permitir que cada uno sea lo a que está llamado a ser. No genera lazos afectivos cerrados, sino vínculos libres y fecundos”. Por eso no es sentimental: porque es más profundo, más real y transformador. «No depende de emociones pasajeras, sino de la certeza de ser amados por un Amor que no falla”.

En resumen, el amor según Dios no es un sentimiento que me viene, sino una fuerza que purifica, libera, persevera, plenifica y crea vínculos fecundos. Nos invita a una vida donde amar no ata, sino que ensancha y transforma, siempre en libertad.


Conviene recordar estos mensajes, en tiempos de caducidad y poco compromiso, de noticias falsas y manipulación de emociones y sentimientos humanos al servicio de los intereses ocultos de una sociedad de consumo y entretenimiento. Dios quiere purificar nuestros sentimientos para que aprendamos a amar más y mejor. El problema es que, con frecuencia, no nos fiamos de él, y preferimos aferrarnos a «nuestros sentimientos», quedando esclavizados en las miserias de nuestro propio ego individual, a merced de poderes escondidos que nos utilizan.

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