Xabier Segura Echezarraga

Il sangue non è la sostanza della fratellanza
(Massimo Recalcati, Uno diviso in due. Fratelli e sorelle, Feltrinelli, 2025)
Massimo Recalcati nos invita a mirar de frente una verdad incómoda: la sangre no basta para hacer hermanos. La fraternidad no nace del parentesco, sino de un trabajo interior y compartido que reconcilia la diferencia. “El otro” —ese hermano, amigo, pueblo o compañero— no es prolongación de uno mismo, sino límite y promesa. Allí donde creemos que el amor debería ser natural, el autor nos recuerda que lo primero que aparece es el conflicto.
Cuando nace un hermano, el mundo del primogénito se rompe. Aparece el Dos, y con él el sentimiento de invasión, celos, rivalidad. La historia bíblica de Caín y Abel no es un mito antiguo: es la radiografía de todo vínculo humano. Recalcati sostiene que el impulso inicial no es el amor, sino la defensa del propio lugar. Solo reconociendo ese impulso agresivo —sin maquillarlo ni negarlo— puede comenzar la tarea de una verdadera fraternidad.
El psicoanálisis, al que el autor pertenece, ayuda a leer esa lucha. El otro es un espejo: en él nos miramos, nos comparamos, nos medimos. De ahí nacen la envidia, el deseo de ocupar su sitio o de borrar su diferencia. Pero si rompemos el espejo —si dejamos de querer vernos reflejados— aparece algo nuevo: el otro deja de ser amenaza y se vuelve compañero. La fraternidad no es fusión ni competencia; es respeto por la distancia que nos une.
Recalcati insiste en que la sangre puede ser una maldición cuando se la usa para justificar posesión o supremacía. La familia, la nación o la religión pueden encerrarse en la lógica del “uno solo”: mi pueblo, mi fe, mi verdad. Esa obsesión por ser el único conduce a la violencia, a la exclusión del hermano, a la negación del Dos que nos constituye. El autor llama a superar ese “fanatismo del Uno”, que en el fondo es miedo a compartir el mundo.
Desde esa clave, Recalcati se detiene también en el conflicto entre Israel y Palestina. Lo lee como una herida fraterna: dos pueblos que comparten origen y tierra, pero no soportan su mutua existencia. Cada uno quiere ser el único heredero, el único legítimo, el único amado por Dios. Es la repetición de Caín y Abel, una fraternidad negada. La única salida —dice el autor— no está en borrar al otro, sino en reconocer su derecho a existir. No habrá paz mientras uno de los dos siga soñando con un mundo sin el otro.
La lección vale para cualquier relación humana. Amar al otro no significa fundirse con él ni dominarlo, sino aceptar la distancia que lo hace diferente. Esa distancia no separa: da forma al vínculo. La verdadera fraternidad es una obra consciente, una elección de cada día. Implica renunciar al orgullo de ser el primero, al deseo de sustituir, al resentimiento de sentirse menos amado. Nace cuando nos atrevemos a mirar la herida y transformarla en deseo de encuentro.
Recalcati concluye que heredar la vida no es repetir la muerte ni las viejas rivalidades, sino transmitir el deseo de seguir creando vínculos. Fraternidad no es repetir la sangre, sino elegir la apertura. En tiempos donde la polarización vuelve a dividir familias, comunidades y pueblos, su mensaje suena simple pero radical: solo existe humanidad cuando aceptamos el Dos. Cuando dejamos que el otro viva, también nosotros respiramos mejor.

