Dios nos hizo diferentes para que podamos amarnos

Xabier Segura Echezárraga

Las diferencias personales, incluso los defectos humanos, están pensados por Dios para poder vivir un amor verdadero. Es una intuición central de Francesc Casanovas.

No se trata, evidentemente, de un amor sentimental, puramente emocional y pasajero, con el que hoy parece identificarse la experiencia del amor humano. Los amores centrados en las emociones y los sentimientos están sometidos a vaivenes temporales y suelen conllevar situaciones dramáticas y, a veces, trágicas. Nuestro tiempo da pruebas evidentes de la fragilidad de las relaciones humanas y la dificultad de compromisos estables.

Francesc no se refería al amor sentimental, sino a algo mucho más profundo. En otra ocasión había dicho que el “enamoramiento” tiene una base biológica y hormonal al servicio de la supervivencia de la especie humana. Se trataría de un simple recurso de la especie para perpetuarse. Una pulsión sexual intensa responde al “instinto de supervivencia” de la especie del «homo sapiens».

Pero ahora hablaba de algo más. Se trataba del amor de Dios, como vocación y llamada para los seres humanos. También la naturaleza humana, la biología y todas sus dinámicas, están al servicio del plan de Dios, que no es otra cosa que una historia de amor, un plan de salvación para la humanidad.

Uno de los principios de la antropología teológica es que la gracia supone la naturaleza. Partimos de la base natural y encontramos la plenitud en la gracia divina. Esto ocurre -también- en la experiencia del amor humano y cristiano. La experiencia humana del amor, como base biológica y hormonal, está al servicio de que el hombre reciba el impulso amoroso y llegue a realizarse en el amor de Dios, por medio de la gracia. Eros y ágape no se contraponen, sino que el primero está en busca del segundo, para encontrar su plenitud. El papa Benedicto XVI lo expresa con sus propias palabras en la encíclica Deus Caritas Est.

El 16 de febrero de 1989, en una reunión familiar con la comunidad del Seminario del Pueblo de Dios en Camprodon (Girona), Francesc Casanovas —fundador de la misma— compartió una breve pero intensa reflexión, inspirada en una cita de Santa Catalina de Siena. Aquella intervención giraba en torno a una intuición luminosa: la diversidad humana y las imperfecciones individuales no son un defecto del plan de Dios, sino su manera de enseñarnos a amar. Santa Catalina de Siena, en su Diálogo con Jesús, escuchó estas palabras:

«Todos estos dones, todas estas virtudes gratuitamente dadas, todos estos bienes espirituales y corporales —o sea, necesarios en la vida del hombre— los he distribuido con tal diversidad, y no los he puesto todos en uno mismo, a fin de que os veáis obligados a ejercitar la caridad los unos con los otros. Bien podía dotarlos, a los hombres, de todo lo que les era necesario, tanto para el alma como para el cuerpo, pero quise que uno tuviese necesidad del otro, y fuesen ministros míos en la administración de las gracias y de los dones que de mí han recibido. Quiera o no quiera el hombre, se ve precisado a ejercer la caridad con su prójimo; aunque si no la ejercita por amor a mí, no tiene aquel acto ningún valor sobrenatural.

Puedes ver, por tanto, que los constituyo ministros míos —a los hombres—, y los pongo en situaciones distintas y en grados diversos, a fin de que ejerciten la virtud de la caridad. Esto os demuestra que en mi casa hay muchas moradas, y que yo nada quiero más que amor. En el amor a mí se contiene el amor al prójimo. Y quien ama al prójimo observa toda la Ley. Quien se siente ligado por este amor, si, según su estado, puede hacer algo de utilidad, lo hace.»

Casanovas comentó este texto con su tono sencillo y provocador, destacando la actualidad de la enseñanza de Catalina. Ella —recordó— “no era una mujer instruida, quizá apenas sabía leer o escribir, pero tenía la cultura del amor”. Y añadió que “quien vive la caridad se cultiva”, porque la verdadera cultura no es acumulación de saber, sino apertura al otro. Desde ahí, desarrolló una idea central para la vida comunitaria: Dios ha querido que seamos distintos, con virtudes y defectos, con dones y límites diversos, “porque lo que más le interesa es que nos amemos”. La diversidad es un invento divino, decía, para que nadie pueda vivir solo ni creer que se basta a sí mismo. Solo desde la caridad —no desde la afinidad ni el temperamento— puede mantenerse una comunidad verdaderamente cristiana.

Francesc concluía recordando que incluso las diferencias que más nos incomodan son ocasión de amor: “vosotros estáis aquí para amaros, no para juzgaros”. Y remataba con la advertencia de Jesús: Dios concede cosas buenas como un padre hace con sus hijos, pero no nos da aquello que pedimos por comodidad. Pedir que desaparezca la cruz o el hermano difícil no es propio del amor, sino del egoísmo. Todo es una pedagogía de Dios con los seres humanos, para que no seamos egocéntricos, aprendamos a amar con el amor de Dios, y así lleguemos a experimentar la vida de unidad entre los hombres, imagen de la comunión divina, que es la vida trinitaria.

Esta homilía, sencilla y viva, encierra una sabiduría todavía fresca. En ella se transparenta una pedagogía divina: la diversidad como condición para la comunión. Francesc Casanovas dejó infinidad de reflexiones a lo largo de su vida comentando temas bíblicos y de espiritualidad clásica y moderna. Muchos pensamientos de este estilo —testimonios de fe, intuiciones comunitarias y enseñanzas espirituales— se conservan hoy en los archivos del Seminario del Pueblo de Dios, custodiados por la Fundació Mentalitat Nova de Puigcerdà. Unos contenidos de gran interés para comprender una experiencia eclesial y humana original, que esperamos sean cada vez más accesibles, al alcance de todos.  

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