Xabier Segura Echezárraga

Conocí a Ana de Jesús (Lobera) durante la investigación para mi tesis doctoral sobre el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, defendida en la Universidad de Comillas en 2009. Al estudiar las relaciones interpersonales en los inicios del Carmelo Teresiano, descubrí con asombro a una serie de figuras extraordinarias, poco conocidas, que fueron el terreno fértil de ese gran tesoro de espiritualidad que trajo consigo el Carmelo Descalzo: Ana de Jesús (Lobera), Ana de San Bartolomé, Jerónimo Gracián, María de San José (Salazar), Beatriz de Jesús (de la Encarnación), Isabel de Santo Domingo, María Bautista, María de la Cruz, Francisco de la Madre de Dios, entre otros. Este grupo privilegiado de personas fue esencial para el éxito de la reforma carmelitana, tanto en su fase inicial como en su expansión y consolidación, participando activamente en la fundación de conventos y en el desarrollo espiritual de la Orden.
Ana de Jesús es la única persona de su tiempo mencionada, junto a Teresa de Jesús, en los comentarios del Cántico Espiritual. Juan de la Cruz le dedicó la obra, y por las palabras del prólogo se intuye que tanto ella como Teresa de Jesús fueron fuentes de inspiración, junto con las experiencias personales del propio autor. Mi interés por Ana creció al conocer la obra de Ángel Manrique, Vida de la Venerable Madre Ana de Jesús (1632), dirigida a la infanta Isabel Clara Eugenia, y la de Berthold Ignace de Sainte-Anne, Vida de Ana de Jesús, coadjutora de Santa Teresa en la Reforma del Carmelo y fundadora de la Orden en Francia y Bélgica (1901, 2 vols.). A pesar de los rasgos legendarios en estas obras, se percibe con claridad la profunda unidad espiritual y mística que Ana vivió junto a Teresa de Jesús y Juan de la Cruz.

Aunque en los años siguientes tuve que abandonar esta línea de investigación, la «espina clavada» ha sanado con la reciente noticia de la beatificación de Ana de Jesús, el domingo 29 de septiembre de 2024, por el Papa Francisco, quien en su homilía destacó:
“Esta mujer fue una de las protagonistas, en la Iglesia de su tiempo, de un gran movimiento de reforma, siguiendo los pasos de una ‘gigante del espíritu’ —Teresa de Jesús—, cuyos ideales difundió en España, Francia y en los entonces llamados Países Bajos Españoles. En tiempos marcados por dolorosos escándalos, dentro y fuera de la comunidad cristiana, ella y sus compañeras, con su vida sencilla y pobre, hecha de oración, trabajo y caridad, devolvieron la fe a muchas personas, hasta el punto de que su fundación en Bruselas fue descrita como un ‘imán espiritual’. Por elección propia, no dejó escritos, sino que se comprometió a poner en práctica lo que había aprendido (cf. 1 Co 15,3), y con su vida contribuyó a fortalecer la Iglesia en un momento de gran dificultad. Recibamos con gratitud el modelo de ‘santidad femenina’ que nos ha dejado (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 12), al mismo tiempo delicado y fuerte. Su testimonio, junto al de tantos hermanos y hermanas que nos precedieron, no está lejos de nosotros, sino cercano…”.
Ha sido una enorme alegría ver cómo una de estas figuras, antes ocultas en la historia de la Iglesia, vuelve a la luz, trayendo su mensaje a nuestro tiempo, cuyos dramas y tragedias reflejan y amplifican lo que ellos mismos vivieron. Ana de Jesús fundó monasterios en Francia y Bélgica en medio de grandes dificultades y conflictos, tanto internos como externos. A pesar de su frágil salud, esta mujer, que ingresó al Carmelo en 1569, se destacó como una de las mayores continuadoras y promotoras de la reforma iniciada por Teresa de Jesús, difundiendo la espiritualidad carmelitana en Europa. Su fidelidad a los fundadores del Carmelo Teresiano le acarreó persecuciones, incluso de superiores carmelitas españoles como Nicolás Doria, quienes vieron con alivio su salida hacia Europa. Ana representa el papel oculto de un grupo extraordinario de hombres y mujeres que, a menudo ninguneados y maltratados, encarnaron el genuino espíritu teresiano, pero que resurgen del silencio, guiados por la energía del Espíritu que sigue conduciendo misteriosamente la vida de la Iglesia. Dios escribe derecho con renglones torcidos, y lo que algunos interpretaron como un exilio sirvió para llevar el tesoro de la tradición carmelitana a Francia y al resto de Europa.
El papel de Ana de Jesús en la publicación de los escritos de Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz marcó la historia de la Iglesia. Sin embargo, lo que más distingue su vida, según el carmelita Ildefonso Moriones y otros historiadores, fue su fidelidad a las Constituciones teresianas y su firmeza en defender la versión impresa en 1581, plenamente aprobada por la Santa. No se trataba solo de defender unas normas, sino de salvaguardar la «santa libertad» que la Madre Fundadora quiso garantizar a sus hijas. Ana de Jesús es un modelo de priora según el corazón de Teresa de Jesús. Sus detractores la llamaban «la capitana de las prioras», acusándola de rebeldía y desobediencia, pero su mayor deseo fue siempre ayudar a sus hijas a encontrarse con la fundadora, sabiendo que ella era la mejor maestra para conducirlas al encuentro con Cristo. En este sentido, es el máximo exponente de fidelidad al espíritu original del Carmelo teresiano.
En el prólogo del Cántico Espiritual, San Juan de la Cruz hace una referencia especial a Ana de Jesús, a quien conoció como priora de Beas de Segura y luego de Granada, compartiendo ambos varios años en Andalucía. San Juan expresa su profundo respeto y gratitud hacia ella, describiéndola como una mujer de alta vida espiritual y virtud, señalando que fue a su petición que decidió escribir y explicar el Cántico Espiritual. La dedicatoria refleja una admiración extraordinaria, subrayando su papel como promotora de la espiritualidad carmelitana y su influencia en la obra mística del autor.
Es maravilloso redescubrir el entramado de relaciones humanas que forjaron la reforma teresiana y, con la ayuda del Espíritu, salir de la ambigüedad que a menudo confunde las historias humanas, para descubrir la luz de la acción de Dios en la fragilidad de estos mensajeros que se mantuvieron fieles a la llamada recibida. Con la beatificación de Ana de Jesús, su figura y legado han sido recuperados a través de artículos y libros de gran interés, que merecen ser explorados.
