Las Elecciones Europeas y el Festival de Eurovisión: una crisis de identidad.

Xabier Segura Echezárraga

La baja participación en las elecciones europeas del 9 de junio de 2024 ha mostrado un desinterés alarmante de la población por los temas centrales de la construcción europea. Algo preocupante en un momento en que Europa enfrenta peligros significativos como el aumento de los extremismos políticos, el nacionalismo, el populismo o la polarización política y social, sin olvidar la perniciosa amenaza -en un mundo globalizado- de las guerras en Ucrania y Gaza. La desconexión del pueblo con la clase política agrava aún más la situación. Es sintomático que la inmigración, demonizada por muchos, es totalmente necesaria para el crecimiento económico por la baja natalidad del espacio europeo, generando una contradicción que refleja la crisis de identidad occidental: una sociedad del bienestar acomodada llena de “buenos sentimientos” que se vuelve egoísta e insolidaria cuando teme la pérdida de sus privilegios.

Pero el síntoma de este cansancio y desorientación ya podíamos adivinarlo en el trasfondo de un acontecimiento festivo y lúdico celebrado hace casi un mes: el Festival de Eurovisión. No se permitió a Rusia asistir al evento musical, pero sí a Israel, provocando el cuestionamiento de algunos sectores sociales por la falta de coherencia y el trato desigual. Ganó el festival musical el representante suizo, una persona no binaria que se presentaba a sí misma como víctima de la opresión social por su identidad sexual. No es la primera vez que este Festival es un lugar donde las minorías sensibilizadas con la ideología de género aprovechan para organizarse y mostrar su poder, que prevalece frente a la inercia de una mayoría de ciudadanos europeos poco activos y adormecidos, envejecidos y acomodados en su sofá.

Pero el triunfo de Nemo Mettler con su canción “The Code” también es un símbolo de Europa y su crisis de identidad.

Significativamente recibió el mayor número de votos y el premio final, un micrófono de cristal, que no duró mucho en las manos del cantante y se rompía en pedazos ante el entusiasmo descontrolado de su portador. La imagen del cantante eufórico, cuya identidad difusa se carga de dopamina con los aplausos y los votos de sus fans, y la estatua de cristal destrozada en el suelo, se convertía en una poderosa metáfora de nuestra Europa occidental, secuestrada y narcotizada por la sociedad de bienestar, que se desvela e ilusiona en respuesta a las emociones provocadas por intensos estímulos sonoros y visuales -bien estudiados por la psicología-, pero que parece no saber muy bien quién es.

La cultura europea, que en siglos pasados llegó a extenderse por el mundo, con luces y sombras, defendiendo valores y principios presuntamente universales, hoy se contenta con distraer a sus ciudadanos, siguiendo aquel lema antiguo de los romanos: ¡Pan y Circo! Bienestar y distracciones. Mientras tanto, todos quedamos a merced de los grupos de poder que actúan en la sombra, al servicio de sus propios intereses, aprovechando los recursos inmensos de la cultura digital y su proyección en las redes sociales y los medios de comunicación, con sus dinámicas de manipulación.

La falacia de alegría y libertad que se celebra en eventos como Eurovisión contrasta con la realidad que vive hoy una sociedad globalizada, con conflictos e incoherencias que deben afrontarse. Los grupos políticos pierden su poder frente a los nuevos influencer, como el youtuber Fidias en Chipre, que consigue el 20% de los votos de su país sin tener un partido político, o la plataforma “Se acabo la fiesta” (SALF) de Alvise Pérez en España, cuyo interés e ideología se sintetiza en expresar el malestar social con frases claras y contundentes de denuncia contra el sistema establecido. Hoy destaca el que se queja, grita y señala los chivos expiatorios de los problemas que percibimos y que nos provocan inquietud. Estamos en tiempos de grandes cambios que estimulan los miedos y favorecen la aparición de actitudes victimistas y falsos profetas portadores de supuestas soluciones fáciles para problemas muy complejos. ¿Esto es lo que queremos?

Europa se edificó sobre tres grandes cimientos y la asimilación de numerosas influencias integradas en ellos: la filosofía griega, la espiritualidad judeo-cristiana y el derecho romano. En el tiempo de la posverdad han caído los grandes relatos, y el hombre de hoy navega por identidades líquidas y cambiantes. Pero una sociedad que aspire a perdurar no puede renunciar a fundar su vida en unos principios y una coherencia que ha de descubrir y respetar en el tiempo, manteniendo dinámicas de progreso y evolución cultural.

Hay que recuperar la identidad de la persona y de la sociedad, profundizando en las raíces europeas y recuperando las virtudes clásicas de nuestra tradición, en diálogo con otras tradiciones. Es necesario redescubrir los valores de la persona y la sociedad, construyendo en base a ellos un futuro compartido. Sobre las virtudes necesarias podría hablarse mucho. Solamente vamos a referirnos a tres líneas, en relación con los tres pilares europeos:

  • En la filosofía griega encontramos la importancia de una racionalidad humanista.
  • De la tradición judeo-cristiana recogemos la centralidad del amor y la compasión.
  • Con el derecho romano descubrimos la convivencia en base al acuerdo de unos derechos y deberes compartidos con responsabilidad.

Por tanto, estamos hablando de una razón humanista, un amor compasivo y una justicia social y responsable. No parece que sean estos los valores que respiramos en las discusiones políticas y sociales que nos rodean, donde aparece el miedo y la descalificación del otro, en contextos de emotividad irracional y violencia latente, mientras la sociedad aletargada desconecta y cae en manos del mercado consumista cada vez más digitalizado. Los bellos ideales de la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) corren el peligro de convertirse en palabras bonitas sin conexión con la realidad. Y lo que es peor, no parece que haya buena disposición para sacrificarnos y trabajar por conseguir dichos ideales, cuando tenemos la comodidad de la realidad virtual, cada vez más asequible y verosímil (aunque no exista realmente).  ¿Para qué enfrentarnos con la realidad, si tenemos opciones más cómodas y placenteras?

¿Hacia dónde vamos?

Es necesario que los europeos nos preguntemos quiénes somos, de dónde venimos, y hacia dónde queremos ir. Sin principios ni valores que nos definan, el gran mercado económico europeo corre el peligro de convertirse en una masa amorfa y sin identidad, una sucursal consumista donde otros hacen sus negocios y consiguen sus beneficios. La sociedad del bienestar es un modelo de éxito cultural y social, pero también es un frágil trofeo de cristal, cuando se convierte en algo elitista y no se ofrece como una propuesta universal abierta a todos, como un proyecto de trabajo y un camino compartido, basado en la educación igualitaria y universal, sostenida en el tiempo, respetuosa con la pluralidad. Cuando olvidamos quiénes somos y desconocemos las condiciones que llevaron al progreso y la convivencia civilizada fraguada en el siglo XX tras siglos de guerras y conflictos europeos, caminamos inconscientemente hacia un futuro convertido en un juguete de cristal roto en nuestras manos. Hay que tomar conciencia y actuar.

Para terminar, unas frases significativas:

«La unidad de Europa era un sueño de pocos. Se ha convertido en una esperanza para muchos. Hoy es una necesidad para todos.» Konrad Adenauer (Primer Canciller de la República Federal de Alemania).

«Europa es sinónimo de paz y prosperidad, pero también de libertad, democracia, justicia y respeto por los derechos humanos.» José Manuel Durao Barroso (Expresidente de la Comisión Europea).

«La integración europea no se ha de hacer de una vez para siempre, sino a través de un proceso continuo, que cada generación tendrá que emprender y renovar.» Altiero Spinelli (Político y uno de los principales teóricos del federalismo europeo).

Deja un comentario