Xabier Segura Echezárraga

Yuval Noah Harari es un historiador y escritor israelí, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem, famoso por sus conferencias y libros, donde presenta sus reflexiones sobre historia, tecnología, biología y cultura. Una de sus obras más conocidas es «Sapiens: De animales a dioses», que contempla la historia de la humanidad desde sus inicios hasta la actualidad. Otro libro suyo es «Homo Deus: Breve historia del mañana», donde afirma que el hombre está a punto de dar un paso definitivo en su camino evolutivo, gracias al desarrollo científico y tecnológico, con el transhumanismo. Se trata de un pensador moderno y progresista, muy escuchado y respetado en todo el mundo.
El pasado 7 de octubre la organización palestina Hamás atacó Israel asesinando más de un millar de personas y secuestrando unas doscientas más. Asaltaron varios kibutz y también un evento musical de jóvenes judíos. Las imágenes de los jóvenes intentando escapar de aquel ataque terrorista, y los cadáveres abandonados en el suelo dieron la vuelta al mundo. En los días posteriores Israel organizó su ejército y empezó a atacar la franja de Gaza, persiguiendo a los miembros de Hamás, y sometiendo a sus dos millones de habitantes a una situación terrible de bombardeos. Ambos bandos han quedado salpicados por una violencia desmedida que condicionará el futuro de las generaciones. Y como siempre, mucha gente inocente sufre.
La Universidad Hebrea de Jerusalén ha cerrado sus puertas, dado que muchos de sus estudiantes han sido llamados a filas en Israel en su lucha contra el terrorismo de Hamás.
Jerusalén es un símbolo del mundo, con sus luchas y contradicciones. Capital de Israel, la tierra del Dios de Abraham, cuya herencia se disputan tres religiones. Un mismo Dios, que cada pueblo pone al servicio de sus propios intereses y en contra de los demás. Todos quieren poner a Dios de su parte. Dios calla. Es el misterio del mal y del sufrimiento humano, que siempre ha interpelado a todas las religiones. Es el misterio del silencio de Dios, cuyo eco se percibe en el silencio del corazón humano.
Pero el drama actual de Palestina no es una guerra entre religiones. La mayoría de los judíos no son religiosos. Siguen el modelo de los países occidentales, donde la secularización avanza con la modernidad. Tampoco la motivación de los palestinos de Hamás es esencialmente religiosa. Muchas veces la religión se utiliza al servicio de otros intereses. El problema de Palestina es que muchos árabes fueron expulsados de su tierra con la constitución de Israel, después de la Segunda Guerra Mundial. A nivel internacional se buscó esta solución para compensar las terribles injusticias que los judíos habían sufrido y la tragedia del Holocausto. Aquella solución se orientaba hacia un buen fin, pero quizás los medios no han sido adecuados. Parece que no todo se ha hecho bien. No se compensa una injusticia con otras injusticias. Tampoco se puede responder a un crimen atroz y terrorista con matanzas indiscriminadas y víctimas mayoritariamente civiles. La violencia incontrolada provoca más violencia.
Y mientras tanto, el Dios de Abraham, que no quiere llevar adelante sus planes de paz en este mundo sin respetar la libertad humana, ha de callar y sufrir con los inocentes. Es lo que hizo Jesús de Nazaret en Jerusalén. Es lo que hace Dios en todas las épocas, cada vez que se repite un genocidio o injusticia.
Porque los hombres tenemos tendencia a ponernos en lugar de Dios y buscar nuestros propios intereses, a veces usurpando su nombre. Pero la Biblia es, precisamente, el libro que denuncia las falsificaciones de Dios: las idolatrías. En el libro del Génesis se nos describe la tentación del ser humano representada en la torre de Babel, imagen del orgullo humano que aspira a alcanzar la divinidad con el propio esfuerzo. Pero la realidad es persistente y cruda. Una y otra vez nos muestra que la unidad entre los hombres no es posible fuera del camino del amor, el perdón y la compasión que Dios nos ofrece en los más profundo de todas las tradiciones religiosas. Cuando el ser humano ocupa el lugar de Dios el subjetivismo promueve los intereses tribales que pugnan entre ellos y generan violencia. Es la historia de la humanidad simbolizada en Caín y Abel. Y es lo que ocurre una y otra vez a lo largo de la historia. También hoy.
Cuando estábamos a punto de alcanzar, mediante el transhumanismo, el ser humano evolucionado y trascendido gracias a los progresos de la genética, la neurociencia, la nanotecnología, la informática y la inteligencia artificial… la cruda realidad vuelve a mostrarnos la evidencia persistente de las miserias humanas. Es la tercera vez en poco tiempo. Primero fue la COVID 19, que nos mostró la vulnerabilidad de nuestra especie frente a unos bichitos insignificantes. Después fue la guerra de Ucrania, que nos trajo el miedo a nuestra casa europea con guerras que parecían superadas en el siglo pasado. Por último, la guerra en Palestina, donde la tierra de Abraham, de Moisés y de Jesús vuelve a teñirse de sangre.
Hoy más que nunca es necesario el diálogo, la comprensión, la escucha, la acogida mutua, en un mundo globalizado y multicultural que ha de superar las rivalidades tribales y ofrecer espacios de respeto, tolerancia y convivencia. Y debemos encontrar ejemplos de ello en las tres tradiciones monoteístas ligadas al Dios de Abraham: judaísmo, cristianismo e Islam. Sobre la base de la común espiritualidad de un Dios de misericordia es necesario poner las bases laicas y seculares de una convivencia común, respetuosa y justa, que esperamos que -en el futuro- pueda llegar a ser fraterna. Sin este testimonio del diálogo y la colaboración interreligiosa, la credibilidad de las religiones continuará cediendo frente a una progresiva secularización, cada vez más extendida en el mundo.
