La verdad y los abusos sexuales. Esperando a Godot

Xabier Segura. 6-10-2023

He leído una entrevista al actor irlandés Gabriel Byrne con ocasión de su visita al Festival de Cine de San Sebastián, que se clausuró a finales de septiembre pasado con la película Dance First, donde Byrne interpreta a su paisano el dramaturgo Samuel Beckett, premio nobel del literatura en 1969. El actor va comentando diversos temas relacionados con el cine y algunas reflexiones sobre la vida. También se refiere a los abusos sexuales que sufrió a la edad de once años por parte de un sacerdote, durante sus estudios en un seminario de la Iglesia católica.

Gabriel Byrne, 
actor irlandés. 
Foto tomada de wikipedia

A lo largo de la entrevista dice algunas cosas que merecen un comentario. Explica cómo para él el cine fue una salida del ambiente opresor que encontraba en Dublín. Y añade: “había una sociedad católica muy represiva. No fue un período de mucha alegría. La Iglesia Católica tiene una manera que resta alegría a las cosas. El cine por su parte permite que la imaginación pueda volar…”. Más adelante, refiriéndose a Samuel Beckett, dice que “otros como James Joyce, Eugene O’Neill o Bernard Shaw se convirtieron en figuras más universales que Beckett. Todos tuvieron que irse de Irlanda para convertirse en grandes artistas. Sobre todo, huyeron de la Irlanda católica que es tan sofocante”.

Refiriéndose al trauma sufrido en su etapa como seminarista, afirma que fue una experiencia que también sufrieron otros compañeros suyos y que han mantenido oculta, pero que debe salir a la luz, por amor a la verdad. Ciertamente es el mismo criterio del papa Francisco, que prefiere que estos temas se conozcan y se depuren las responsabilidades oportunas.

Las palabras de este actor irlandés me sugieren una reflexión centrada precisamente en aquel escritor, también irlandés, al que representa en su película: Samuel Becket. El conjunto de las obras de Samuel Beckett refleja un enfoque existencialista y absurdo de la condición humana. Sus obras exploran temas como la alienación, la búsqueda de significado, la soledad, la incomunicación y la inevitabilidad de la muerte. Beckett a menudo presenta a sus personajes en situaciones absurdas y desesperadas, lo que resalta la inutilidad de sus acciones y la falta de sentido en el mundo. Precisamente el título de su obra más conocida, «Esperando a Godot» hace una velada referencia a Dios (la palabra «Godot» suena similar a «God» en inglés). A lo largo de la obra, los personajes Vladimir y Estragón esperan a Godot, quien supuestamente les traerá respuestas o un propósito en la vida, pero nunca llega. La obra es a menudo vista como una reflexión sobre la búsqueda de significado en un mundo aparentemente indiferente o la búsqueda de una figura divina que nunca se manifiesta. Beckett, sin embargo, nunca aclaró completamente quién o qué representa Godot, lo que permite que la obra sea abierta a interpretaciones distintas.

Es verdad. El cristianismo puede convertirse en un ambiente sofocante cuando las palabras no van acompañadas del testimonio de personas que iluminan el mensaje del amor cristiano o más bien transmiten lo contrario. Cuando la Iglesia es sal que no sala y luz que no ilumina, los seres humanos -incluidos los católicos irlandeses- tienden a caer en el vacío y sinsentido que podemos encontrar a nuestro lado en muchos ambientes. Es bueno que la verdad salga a la luz, porque solo la verdad nos hará libres (Jn 8,32), denunciando la falsedad y el engaño y mostrando lo malo y lo bueno que hay en las personas y las instituciones.

Personalmente yo no he vivido el ambiente católico sofocante y opresor del que habla Byrne y que parece estar en el fondo de las reflexiones de Beckett. A través de mi experiencia personal he podido descubrir en una comunidad cristiana la dimensión liberadora y la apertura de horizontes que necesitamos para crecer y madurar como seres humanos. También es verdad que actualmente hay mucha desorientación y a veces poco discernimiento. Pero, aunque la Iglesia está siendo muy atacada por los abusos sexuales, no creo que haya en ella una mayor tasa o proporción de delitos que en otros ámbitos, si bien, por la falta de ejemplaridad de una institución que se define por su misión benefactora de la humanidad estos casos son más escandalosos y sangrantes.

Los datos afirman que la mayor parte de los abusos sexuales se producen en el ámbito familiar. Y aparecen también en otras profesiones e instituciones, a las que no se ataca como tales, sino según la responsabilidad de cada sujeto. Por otro lado, he encontrado a mi alrededor muchos más testimonios y ejemplos de servicio y generosidad admirable en el seno de la Iglesia que casos negativos. Las instituciones no se definen a través de los casos aberrantes. Hace un tiempo existía en la sociedad y en la Iglesia la costumbre de ocultar los abusos. Ahora hemos pasado a tener conciencia de la necesidad de denunciarlos para intentar erradicar las conductas negativas y destructoras de los débiles.

Pero creo que es bueno hacer una reflexión que vaya más allá: conviene ir más a fondo.

Desde mediados del siglo pasado la humanidad ha entrado en efervescencia con el tema de la sexualidad. Desde la revolución sexual de los años 60 se fueron suprimiendo los límites de algo que tradicionalmente estaba bastante regulado en todas las sociedades antiguas. Pero esta liberación sexual de hace décadas no sólo no ha traído los resultados anunciados por sus profetas revolucionarios, sino que nos ha llevado a una grave situación actual. Falta una adecuada y humana formación de la sexualidad. Los abusos de la pederastia infantil son la punta del iceberg de una problemática mucho más amplia: la “liberación de los tabúes sexuales” ha generado más problemas de los que intentaba solucionar. No ha hecho a los hombres y mujeres más felices y equilibrados. Una sociedad hipersexualizada como la actual ha llevado a un gran aumento de problemas sexuales, proliferación de enfermedades antiguas y otras nuevas (SIDA), disfunciones, pederastia, crímenes machistas, problemas de identidad de género, etc. En este momento la absoluta permisividad ante la pornografía, que está actuando como educadora de nuestras generaciones de niños y jóvenes en la sociedad no augura nada bueno. Los datos actuales de violaciones y nuevos abusos, realizados muchas veces por menores, presentan un panorama dramático.

Encontrar en la Iglesia un chivo expiatorio no es nada más que una forma de desviar la atención del verdadero problema, que la Iglesia no ha provocado, aunque tampoco ha sabido responder adecuadamente. En cualquier caso, creo que sí que convendría dar un toque de atención sobre los pecados de omisión en la Iglesia. ¿Cómo es posible que el cristianismo, que es la única religión que dice que Dios se ha hecho hombre, no pueda iluminarnos más y mejor sobre el uso del cuerpo y la sexualidad? ¿Acaso no se ha aprovechado el poder y la influencia de tiempos pasados para reflexionar y profundizar en los temas importantes y nos hemos atascado con otros temas secundarios? ¿A qué se han dedicado los doctores, las escuelas y las universidades cristianas? ¿Dónde están los laicos que promovía el concilio Vaticano II? Precisamente en los años 60. ¿Dónde están sus reflexiones en temas profanos sobre la cultura y la sociedad? Es evidente que hay cosas que no hemos hecho bien.

Ahora nos falta dar el tercer paso. Después de que, en el pasado, se ocultasen los problemas, y ahora se tome conciencia de que han de denunciarse… el tercer paso será el de educar en la afectividad y la sexualidad según el amor de Dios. Ir a la raíz de los problemas. Y esta es la verdadera respuesta cristiana que el mundo está esperando. Yo creo que se trata de un aspecto fundamental para realizar la misión evangelizadora eclesial y llevar un mensaje de liberación y de alegría para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Dos temas, la liberación y la alegría, que Byrne echa en falta en su propia experiencia eclesial en el seno de la Iglesia católica irlandesa.

Iluminar el amor, el cuerpo y la sexualidad es un aspecto central del cristianismo, y no me cabe duda de que, en una época como la actual, el Espíritu Santo ha enviado ya sus dones, comunicando la luz y la sabiduría necesarias para avanzar en estos temas.

Ahora necesitamos el discernimiento y la valentía para encontrar a las personas y sus carismas, y trabajar con ellos en la renovación de la Iglesia y la humanidad.

¡Quien tenga oídos para oír, que oiga![1]


[1] Esta expresión aparece en boca de Jesús en diversas ocasiones en el Nuevo Testamento: Mt 11,15; 13,9; Mc 4,9; 4,23; Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22.

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