¿Colapso vocacional?

Xabier Segura Echezárraga

La diócesis más grande del mundo estima que en 2040 no tendrá ningún seminarista. Es el título sorprendente de un artículo de la revista Vida Nueva digital del 9 de mayo de 2023. Recoge el contenido de unos estudios estadísticos realizados en la Archidiócesis de Milán, donde se augura un escenario de colapso de las vocaciones. Se puede encontrar los datos originales en el periódico Corriere della Sera, con fecha del 8 de mayo de 2023, firmado por el periodista Giampero Rossi. Pero no es necesario traerlos aquí, porque son los mismos datos que encontramos en las diócesis españolas, y también en la mayoría de las diócesis de Europa occidental.

No hay que pensar mucho para darse cuenta de que estamos ante una situación muy complicada para el futuro de la Iglesia. Sin embargo, al ser una situación bastante generalizada, no hay que buscar culpables sino más bien soluciones. Estamos ante un cambio de época. Aquello que se presenta como una gran crisis puede ser, al mismo tiempo, una gran oportunidad de renovación: una renovación indispensable.

En algunas diócesis se soluciona el problema trayendo presbíteros de otros países, preferentemente de África y de América del Sur. Es una solución a corto plazo, pero el problema se oculta y se maquilla, trasladándolo hacia el futuro. Una buena inculturación de presbíteros procedentes de culturas distintas es complicada. A veces provienen de ambientes más pobres y necesitados, o más violentos. Mantenemos así nuestras iglesias abiertas con oficios religiosos semejantes a los tradicionales, pero… ¿respondemos a los signos del Espíritu en nuestro tiempo? Hay que evitar el peligro de pensar que podemos pasar de un clericalismo eurocentrista, a un clericalismo universal, con la disculpa de que en otros continentes aún hay vocaciones. No creo que vayan por ahí los signos de los tiempos. Hay que rehuir nuevas formas de clericalismo que en el fondo ocultan nuevos colonialismos. Ha de ser cada comunidad cristiana local la que genere sus propios presbíteros. Siempre ha habido itinerantes que enriquecen y completan la vida de las comunidades cristianas, como siempre hubo y habrá emigrantes. Pero no puede tratarse de emigración de mano de obra barata en una sola dirección. Si una Iglesia diocesana no es capaz de convocar sus propias vocaciones está enferma. Puede recibir temporalmente operarios de otros lugares, pero sin acostumbrarse a ello.

No deja de ser significativo que este estudio se haya hecho en la diócesis de Milán, modelo de dinamismo pastoral de la Iglesia durante siglos. Con la figura del cardenal Carlos Borromeo la diócesis de Milán fue uno de los prototipos de la Contrarreforma, con sus Seminarios diocesanos para preparar líderes eclesiásticos que guiasen los rebaños eclesiales. Pero quizás también este dato concreto está apuntando, simbólicamente, el camino de solución. Estamos al final de una época en la que la Iglesia fue diseñada en función de la formación clerical derivada de Trento. Y entramos en una época nueva, que viene ilustrada por el Concilio Vaticano II. Podríamos definir que el gran cambio requerido es el paso de una Iglesia clerical a una Iglesia de pueblo de Dios. Pero esto no será fácil, llevará tiempo y comportará sufrimiento.

Tomas Kuhn fue un filósofo de la ciencia del siglo XX que escribió una obra importante titulada “La estructura de las revoluciones científicas”. No encuentro nada mejor que esta obra para explicar lo que ocurre en un cambio de época. Aunque Kuhn se está refiriendo a los paradigmas del pensamiento científico, podríamos aplicarlo muy bien a los paradigmas mentales de una sociedad o cultura, con sus modelos de pensamiento.

En cada época hay una visión del mundo, con la que se da respuesta a los interrogantes e inquietudes de las personas, a partir de teorías que se aceptan de manera general y que fomentan unas creencias compartidas. En ciertos momentos aparecen nuevos datos que contradicen las creencias y teorías aceptadas. Llega un momento en que el numero de datos y de teorías insuficientes obliga a cambiar todo el sistema de pensamiento e implementar nuevas reflexiones que expliquen mejor la realidad en su conjunto. Así caen paradigmas antiguos y aparecen otros nuevos. El cambio de paradigma significa repensarlo todo de manera distinta.

La Iglesia ha tenido durante los últimos siglos una fisonomía clerical. El modelo eclesial reclamaba presbíteros santos con los que guiar a un rebaño fiel. Los modelos eclesiásticos eran el cura de Ars o San Juan de Ávila. Durante siglos este sistema ha producido frutos muy buenos, y otros no tanto. Pero actualmente está mostrando fecha de caducidad: ¿2040? Más o menos. ¿Cuál es el nuevo modelo? Ya lo ha presentado el concilio Vaticano II: una iglesia pueblo de Dios. ¿Y qué conviene ahora? Educar la comunidad cristiana, a cada miembro personalmente y en sus relaciones mutuas. Fomentar la dimensión comunitaria y educar en la sinodalidad: aprender a caminar y hacer las cosas juntos. Es la línea del papa Francisco que viene a completar lo que dijeron los papas anteriores. Juan Pablo II dijo proféticamente que el reto del III milenio era hacer de la Iglesia una casa de comunión (cf. Novo Millennio Ineunte, 2001). Precisamente se trata de esto.

La situación actual de la falta de vocaciones es una interpelación divina para que dejemos de procastinar[1] y nos pongamos a edificar la nueva iglesia diseñada en el Concilio. Han pasado 58 años y queda mucho por realizar. La escasez de vocaciones es un impulso para la indispensable renovación eclesial. Faltan presbíteros porque Dios nos invita de manera clara y evidente a un cambio radical, que nos ayude a vivir la vocación cristiana original en los tiempos actuales. Pero este cambio es un cambio profundo. Ya no es suficiente con cambiar las apariencias para que todo siga igual. El nuevo modelo eclesial reclama una profunda mutación de la formación. Ya no se trata de preparar seminaristas como un grupo separado especial de gente devota e intelectualmente competente. Ya esto no funciona. ¿Y cuál es la solución? Un nuevo estilo de formación cristiana, comunitaria y laical, en el seno de la cual broten de manera natural todas las vocaciones. No deja de ser curioso que los únicos seminarios para clérigos que hoy crecen en la Iglesia europea occidental sean los de los Neocatecumenales, alimentados de vocaciones de sus propias comunidades.

De eso se trata, de crear Seminarios para el pueblo de Dios, bajo la tutela de los obispos. Pero esto no puede hacerse de manera individual, sino que ha de ser asumido por la jerarquía. Que los obispos dejen de estar obsesionados por sus curas y se preocupen de crear comunidades, en cuyo seno surgirán vocaciones. Y que den formación a todo el pueblo de Dios. El papa Francisco insiste en la necesidad de crear nuevas dinámicas y estilos eclesiales para que la Iglesia vaya cambiando su mentalidad. Y ha insistido en que el mayor enemigo de la Iglesia actual es el clericalismo. No será fácil. Es evidente que un cambio tan profundo de mentalidad necesitará años. Es difícil renovar las ideas de las personas mayores. Se necesitan tiempos largos y recambios generacionales.

El grave problema actual es que muchos pastores no se atreven a hacer cambios, y su horizonte personal es llegar a la jubilación dignamente. En muchas diócesis se ha renunciado a la evangelización. Y no es por mala voluntad, sino porque no se sabe qué hacer, o se tiene miedo a las novedades. Y el esfuerzo principal en esta situación es mantener las estructuras y el funcionamiento tradicional. La tentación es mirar con añoranza al pasado y buscar algún chivo expiatorio, fuera o dentro. Pero no parece que haya soluciones por esta vía. Yo más bien creo que lo que Dios quiere ya está señalado claramente, pero falta valentía y voluntad de asumir riesgos para avanzar hacia ello. El papa Francisco ha iniciado una senda de renovación. El reino de Dios, hoy y siempre, se abre paso con violencia.

Si queremos tener otros frutos es necesario hacer cosas diferentes. Porque la pescadilla se muerde la cola. Los presbíteros y obispos con una biografía y formación comunitaria tenderán a formar comunidades, en las que surgirán vocaciones ministeriales. Pero esos presbíteros y obispos también hay que formarlos en la unidad y la comunión. La comunidad no ha de ser tan solo una hermosa palabra para las homilías sino una realidad experimentada, en la cual ha crecido y madurado la fe personal. Un obispo con esta nueva mentalidad no tomará ninguna decisión importante para la diócesis sin dialogarla antes con su consejo personal diocesano, del cual formarán parte mujeres, laicos y algún presbítero. ¿Por qué? Porque es lo que ha hecho toda su vida.

¿Y el papel de la mujer? En el nuevo modelo eclesial la mujer está llamada a tener un papel fundamental, tanto en la formación del pueblo de Dios (en todas las vocaciones, incluidos los ministros ordenados), como en la vida cotidiana de la Iglesia y sus actividades. Y la Iglesia mostrará un rostro de un ambiente familiar y acogedor. ¿Ciencia ficción? No. Es la utopía cristiana, que puede realizarse en cada época por la fuerza del Espíritu. Pero el Espíritu… hay que escucharlo.


[1] Definición de procastinar: dejar para mañana lo que debemos hacer hoy.

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