Xabier Segura

En 1941 publicó Erich Fromm un libro titulado: El miedo a la libertad. Se trata de un gran libro que, con el paso de los años, no pierde su valor y actualidad. Allí analizaba la situación del hombre contemporáneo salido de la revolución industrial que, liberándose de los vínculos y costumbres de la sociedad tradicional se encontraba en una situación de angustia, y se dejaba esclavizar, de manera inconsciente, por la sociedad consumista y la homegeneización cultural. El diagnóstico de Fromm no era positivo: “el hombre moderno, liberado de los lazos de la sociedad preindividualista, no ha ganado la libertad en el sentido positivo de la realización de su ser individual, esto es, la expresión de su potencialidad intelectual, emocional y sensitiva”[1].
Contemplando la situación europea y mundial, con el ascenso del nazismo y el comunismo, reflexionaba sobre la tendencia humana a escapar de la inseguridad y el miedo dando el poder a líderes autoritarios que solucionen los problemas, a los que transferimos nuestra capacidad de elegir y actuar. Se trata de un mecanismo propio de la psicología humana, que tiende a renunciar a la responsabilidad personal y sigue ciegamente las presiones sociales y los movimientos de masas, en momentos de peligro. Se busca un chivo expiatorio de los problemas que nos angustian y se pone la confianza en líderes idealizados a los que se da mucho poder, con la ilusión de que sus propuestas simples y radicales van a solucionar los problemas.
Aunque han pasado 81 años, en nuestro mundo actual podríamos continuar diciendo lo mismo. Se trata de una situación que retorna cada cierto tiempo. También hoy esto resurge a nuestro alrededor con las propuestas populistas que triunfan en política y en la sociedad, en medio de una época de crisis y de cambios sociales y culturales no exentos de peligros.
El miedo es el mayor enemigo de la libertad humana, porque retrae nuestra iniciativa y nuestras posibilidades de actuar. El miedo produce angustia, y el ser humano tiene la necesidad de eliminarla. Al presentar un peligro (real o imaginario) el sujeto necesita movilizarse con urgencia para escapar de la ansiedad, motivando acciones no siempre racionales.
El miedo es algo natural, que nos previene de peligros y nos capacita para afrontar los problemas de manera adecuada. Una persona sin miedo sería imprudente y, probablemente, no protegería suficientemente su vida. Ante el miedo hay tres posibles reacciones: huir, enfrentarse al peligro, o quedar bloqueado. Pero los miedos humanos pueden ser reales o imaginarios. Precisamente la capacidad humana de recrear el pensamiento y la imaginación genera a menudo muchos miedos que no tienen una causa objetiva. Y esto está en el origen de muchos problemas actuales de salud mental.
En ocasiones, dentro de un grupo o en medio de la masa, el individuo hace cosas que no haría por sí solo, por evitar el rechazo o quedar desvinculado de los demás. El aislamiento y la soledad es uno de los mayores miedos del ser humano: “sentirse completamente aislado y solitario conduce a la desintegración mental”[2].
La libertad nos da miedo, porque nos pone frente a nuestra propia responsabilidad, sintiéndonos vulnerables. El ser humano ansía la libertad, pero cuando la tiene, a menudo duda y no sabe qué hacer con ella, delegando la decisión en otros: seguir el rebaño, imitar los usos y costumbres que nos rodean. De este modo experimentamos una protección que nos hace sentir seguros.
Pero hay que distinguir entre una libertad externa y una libertad interna. Fromm las denominaba libertad negativa (liberarse de las convenciones sociales impuestas) y libertad positiva (desarrollo personal de la dimensión creativa personal). La reflexión filosófica y psicológica contemporánea insiste en que no sólo hay presiones externas y sociales para nuestra libertad, también hay condicionamientos internos, genéticos, psíquicos, etc. que nos están influyendo continuamente, aunque no tengamos conciencia de ello. Algunos autores han llegado a afirmar que el ser humano no es libre en absoluto, y que todas sus acciones vienen determinadas en los diversos niveles de lo humano (genético, psíquico o social).
Aunque es verdad que nunca estaremos completamente libres de influencias, ya que nos rodean por todas partes y nos ofrecen percepciones del mundo a menudo manipuladas, que influyen en nuestra conducta de manera consciente o inconsciente, no podemos negar al ser humano un espacio interior de libertad personal. Pero ello reclama un trabajo profundo de crecimiento personal. Para poder vivir un grado mínimo de libertad personal es necesario un proceso humano de maduración y desarrollo: autoconciencia, autodominio, disciplina y responsabilidad. Si no maduramos como personas carecemos de los elementos necesarios para elegir libremente, y quedamos a merced de la manipulación que nos rodea, porque no hemos salido de la situación vulnerable de ignorancia y dependencia propia del estado infantil.
El camino de la libertad humana es posible, pero requiere aprendizaje, constancia, trabajo, autenticidad, valentía, etc. En esta línea reflexiona From cuando dice: “el hombre, cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador”[3] . La verdadera libertad humana se va realizando como un camino personal de amor y de trabajo en la creatividad.
[1] FROMM, Erich, El miedo a la libertad, Paidos, México, 1991, p. 23.
[2] Ibid. p. 39.
[3] Ibid., p. 42.
