¿Cristianismo progresista o conservador?

Xabier Segura

El cristianismo oscila entre dos tendencias, la progresista y la conservadora.
Tradicionalmente en Europa se ha identificado a los progresistas con las tendencias de
izquierda, y a los conservadores con la derecha política.
El modelo progresista fue el socialismo-comunismo. H. U. Von Balthasar entendía el
comunismo marxista como una deformación de la esperanza cristiana, traspasada hacia un
mundo en el que Dios ha muerto y debemos confiar en la lucha social para conseguir el paraíso
socialista, a golpe de esfuerzo personal y colectivo, unidos a otros pobres (¡Proletarios, uníos!)
y en contra de los ricos, enemigos de clase.
Pero los resultados de los proyectos políticos comunistas en el siglo XX fueron demoledores.
Los cristianos inspirados en estas propuestas se quedaron sin saber a dónde mirar. Parecía que
las tendencias conservadoras prevalecían, y también su influencia eclesial.
Pero no nos engañemos. Es otra tentación. Jesús de Nazaret actuó como un revolucionario, en
el contexto de la situación social y religiosa de su época. Y las castas religiosas conservadoras
(saduceos, etc.) fueron sus principales enemigos.
No podemos confundir el cristianismo con la forma concreta como se ha vivido durante una
cierta época histórica. La Iglesia ha de estar siempre en actitud constante de conversión, en
atención a su esposo, Jesucristo. El cristianismo verdadero es fidelidad a Cristo, y no debemos
confundirlo con las formas sociales y culturales de épocas pasadas, miradas con añoranza.
Conocí a una persona que envió una ponencia a un Congreso cristiano sobre la familia. El título
de la ponencia era significativo: “La familia cristiana no es la familia tradicional”. La ponencia
no fue aceptada, con el argumento de que no se entendía qué quería decir, cuáles eran las
conclusiones. Yo creo que el mensaje estaba muy claro: la familia cristiana no es la familia
tradicional. El contenido de la ponencia estaba bien fundamentado bíblica y teológicamente.
Jesús de Nazaret no fue bien acogido en familias tradicionales judías, ya que él propone un
nuevo estilo de familia, no patriarcal, reunida en torno a sí mismo: por eso hay que “dejar
padre y madre, campos y tierras, seguirlo” y “amarle por encima de todas las cosas”, etc.
Debemos evitar la tentación de presentar como cristianas cosas que, siendo buenas, no son
genuinamente cristianas. La familia tradicional tiene un papel fundamental en el Antiguo
Testamento, pero no en el Nuevo Testamento. Jesús llama a todos a seguirle: a familias
tradicionales y a no tradicionales. Promover la familia tradicional puede ser bueno para la
humanidad y la Iglesia, pero la comunidad cristiana llama y acoge a todos, sin hacer acepción
de personas, y más bien intuyendo que los más pobres y vulnerables son los preferidos del
Señor. En esta línea ha hablado el papa Francisco en diversas ocasiones.
El cristianismo no son ideas, ni progresistas ni conservadoras, sino experiencias humanas que
nos llevan a un encuentro con Cristo, en el seno de la comunidad cristiana. En Jesucristo
encontramos la experiencia y el discernimiento para conservar todo lo que hay que conservar,
y progresar en lo que haga falta, aquello que hay que cambiar y mejorar.
Jesucristo es el nexo de unión de cristianos de todos los orígenes, culturas y procedencias, con
visiones sociales y políticas distintas. Allí donde hay Iglesia se reproduce la imagen del profeta
Isaías de un gran rebaño de animales domésticos y salvajes, todos ellos convocados en
ambiente de paz y armonía y gobernados por un niño (cf. Is 11,6). Un grupo de individuos muy
distintos, donde todos encuentran lo que necesitan y viven en fraternidad.
Pero todo esto no excluye conflictos, incomprensiones, desacuerdos, etc. Muchos de ellos
corresponden a los condicionamientos socio-culturales y las experiencias biográficas
individuales, e incluso las miserias y debilidades personales. Pablo no tuvo reparo en interpelar
a Pedro, la columna de la Iglesia, denunciando su falta de valentía para acoger a los paganos.
Gracias a ello la Iglesia avanzó en el camino de la salida del mundo judío, la apertura a los
griegos y a otras culturas. La Iglesia avanza con la fidelidad de sus miembros, que trabajan en
el camino de la comunión y la fraternidad, a veces con muchas dificultades.
Cuando el papa Juan Pablo II se reunió con Ernesto Cardenal en Nicaragua en 1984 le hizo una
advertencia muy seria para que abandonase la política. Juan Pablo II, después de haber visto de cerca todo el fruto terrible que el comunismo había dejado en su país natal, no comprendía
que pudiese haber personas que sintiesen la tentación de compaginar el cristianismo con una
ideología que para él era diabólica. Pero Ernesto Cardenal, desde una situación social y política
tan distinta, quería ser fiel a la Iglesia y su mensaje en medio de un pueblo oprimido y
maltratado. El proceso posterior de la revolución sandinista hasta nuestros días nos hace intuir
que quizás al papa polaco no iba desencaminado. ¿Quién tenía razón? Quizás los dos. La
historia humana se escribe en un proceso biográfico de fidelidad-infidelidad, no exento de
errores, pecados, sufrimientos, ambigüedades y deformaciones. ¿Por qué Dios permite estos
desencuentros de personas que procuran ser fieles a su vocación? Es el misterio de la Iglesia.
Caminamos en medio de la historia, con nuestros condicionamientos personales.
Lo que nos une a todos, en la Iglesia, es Jesucristo: es la caridad de Cristo, su amor y su
misericordia, en los que debemos sumergirnos, y de los que debemos alimentarnos para
mantener la fidelidad.
El 2 de febrero de 2019 el papa Francisco levantó la suspensión canónica a Ernesto Cardenal después de 34 años y el nuncio apostólico le visitó en su casa, y se arrodilló delante del
enfermo, pidiéndole su bendición, cosa que Ernesto Cardenal le dio con alegría.
Es el misterio de la Iglesia.
La Iglesia no es conservadora ni progresista, y cuando lo parece, conviene recordar que no se
acomoda a los criterios humanos. El secreto está en identificarse con Cristo, que tuvo
seguidores de ambas tendencias, y también persecuciones de ambos lados.
Jesucristo, como presencia vivida en la comunidad de fe, es el anclaje firme y seguro de
nuestra vida, donde encontramos la identidad que se mantiene en el tiempo y da coherencia a
nuestra biografía. Al mismo tiempo es la fuente de progreso y renovación que la vida nos
reclama cada día, y hoy más que nunca, en un mundo en transformación.
Porque -como dice el papa Francisco- más que una época de cambios, estamos en un cambio
de época.

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