El clericalismo y los males de la Iglesia

Introducción

El sábado 12 de marzo de 2022 el Papa Francisco presidía la misa en la Iglesia madre de la Compañía de Jesús (la iglesia del Gesù de Roma) celebrando el 400° aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier junto con Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri. En la homilía animaba a renovar la vocación a seguir a Jesús, vivir en comunión y trabajar por la fraternidad en la Iglesia y en el mundo, rechazando personalismos y divisiones. Y añadía: “No nos dejemos arrastrar por el clericalismo que nos vuelve rígidos, ni por las ideologías que dividen. Los santos que hoy recordamos han sido columnas de comunión”. 

En el trasfondo encontramos una pugna entre dos mentalidades: la mentalidad clerical y la nueva mentalidad, nacida del Concilio Vaticano II, de una Iglesia de comunión.

Palabras del Papa

En circunstancias diversas el Papa ha diagnosticado el clericalismo como uno de los mayores problemas eclesiales. Lo decía en una entrevista al diario “El País” en enero de 2017: “El clericalismo es, a mi juicio, el peor mal que puede tener hoy la Iglesia”. Unas ideas que ha reiterado en diversos momentos, desde poco después de su elección como Papa:

  • “Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos” (Encuentro con los jóvenes argentinos en la Catedral de San Sebastián de Río de Janeiro, 25-7-2013).
  • “Es necesario vencer esta tendencia al clericalismo, también en las casas de formación y en los seminarios (…)  no tenemos que formar administradores, sino padres, hermanos, compañeros de camino» (A los obispos del Consejo episcopal latinoamericano (CELAM) en Río de Janeiro, 28 de julio de 2013).
  • “La tentación del clericalismo, que tanto daño hace a la Iglesia en América Latina, es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado. El clericalismo entraña una postura autorreferencial, una postura de grupo, que empobrece la proyección hacia el encuentro del Señor, que nos hace discípulos, y hacia el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. Por ello creo que es importante, urge, formar ministros capaces de proximidad, de encuentro, que sepan enardecer el corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus ilusiones y sus temores. Este trabajo, los obispos no lo pueden delegar” (Videomensaje a los participantes en la peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, Ciudad de México, 16-11-2013).
  • «Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. (…) La toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del bautismo y de la confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones” (Evangelii Gaudium, Exhortación Apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, n. 105, 24-11-2013).
  • “Si el seminario es demasiado grande, es necesario separarlo en comunidades con formadores capaces de seguir realmente a las personas. El diálogo debe ser serio, sin miedo, sincero. Es necesario considerar que el lenguaje de hoy de los jóvenes en formación es distinto de aquél de quienes los han precedido: vivimos un cambio de época. La formación es una obra artesanal, no policíaca. Tenemos que formar el corazón. De otro modo formamos pequeños monstruos. Y después, estos pequeños monstruos forman al pueblo de Dios. Esto realmente me pone la piel de gallina” (Coloquio del Papa Francisco con los superiores generales de los institutos de vida consagrada publicado en la Civiltà Cattolica, 29-11-2013).
  • Las mujeres en la Iglesia deben ser valorizadas, no “clericalizadas”. Los que piensan en las mujeres cardenales sufren un poco de clericalismo» (Entrevista para La Stampa, 10-12-2013).
  • “Cuando falta la profecía, el clericalismo ocupa su sitio, el rígido esquema de la legalidad que cierra la puerta en la cara al hombre” (Misa matutina en la capilla Santa Marta,16-12-2013).
  • “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia. El clericalismo hace mal, no deja crecer a la parroquia, no deja crecer a los laicos” (Visita a la Parroquia romana de Santo Tomás Apóstol, 16-2-2014).
  • “El clericalismo es una verdadera perversión en la Iglesia. (…) El clericalismo pretende que el pastor esté siempre delante [del rebaño], establece una ruta y castiga con la excomunión a quien se aleja de la grey. Esto es exactamente lo contrario a lo que hizo Jesús. El clericalismo condena, separa, frustra, desprecia al pueblo de Dios» (Viaje a Mozambique, 5 de septiembre de 2019).
  • “El clericalismo es una perversión del sacerdocio: es una perversión. Y la rigidez es una de sus manifestaciones” (Visita a la comunidad del Seminario Pontificio Regional Pío XI, en Ancona, 11-6-2021).

Son algunos textos del Papa, pero podríamos encontrar muchos más…

Reflexión

En el momento actual, estamos ante un signo de los tiempos: se trata de descubrir hacia dónde empuja el Espíritu. Se han convocado encuentros para profundizar la sinodalidad en toda la Iglesia. El paso fundamental es avanzar desde una iglesia clerical a una iglesia de comunión. Algunos problemas actuales de la Iglesia, como la pederastia, tienen en su origen una deficiente formación del clero que no ha podido madurar en aspectos importantes de la personalidad, como la afectividad y la sexualidad. El hecho de que se trate de una realidad que se da en todos los ámbitos e instituciones, y sobre todo en las familias, no exime de la responsabilidad de una institución que asume la vocación de formar personas en el amor de Dios. El tema de la formación en la Iglesia es, por tanto, un aspecto fundamental.

Conviene hacer una breve reflexión sobre el clericalismo, su origen y sus causas, para poder descubrir vías de solución. No es suficiente con repetir las palabras del Papa y creer que con eso ya las cosas han cambiado. No hay que confundir las palabras con los hechos, ni las buenas voluntades con su realización. La Iglesia necesita profundos cambios en su funcionamiento para la superación del clericalismo que el Papa está reclamando.

De hecho, el problema del clericalismo es complejo y tiene unas raíces muy profundas. Históricamente, la Iglesia ha ejercido tareas de suplencia, vinculándose a veces con el poder político, para educar al pueblo y la sociedad. En ese camino, a partir de la Reforma Gregoriana y después con el Concilio de Trento, asumió la tarea de preparar “buenos sacerdotes” para poder guiar a un pueblo de Dios inculto y muchas veces analfabeto. Se trataba de conducir a los fieles a través de unas “élites” bien preparadas. Tras el Concilio de Trento se desarrolla la espiritualidad sacerdotal, como un itinerario de santidad para individuos elegidos. Como respuesta a la reforma protestante se sustituyó la complejidad de la Biblia por doctrinas y devociones, fomentadas popularmente, y apoyadas por el poder político y social.

Por este camino ha habido en la Iglesia muchos presbíteros y religiosos santos y bien preparados, que han cumplido su misión de evangelizar y promover progreso social. Pero también ha habido elementos negativos, que hoy salen a la luz de manera evidente. De hecho, se ha inoculado el virus del clericalismo, identificando a la Iglesia con los curas y las monjas. Se trata de una profunda deformación, que no responde a la voluntad de Jesús de Nazaret, que convocó a laicos casados y célibes, hombres y mujeres que le seguían, para unificar el pueblo de Dios. En todas las religiones aparecen grupos clericales que organizan y dominan la vida religiosa, pero Jesús no formó parte de la rama sacerdotal judía en torno al Templo de Jerusalén, y el único libro del Nuevo Testamento que habla expresamente del sacerdocio quiere mostrar, precisamente, su absoluta ruptura con todo clericalismo y la novedad de un nuevo estilo sacerdotal inaugurado por Jesús mismo, y comunicado a todo el pueblo de Dios: el sacerdocio común de los bautizados.

Sin negar el valor de lo que la tradición ha ido desarrollando, como intento de fidelidad condicionada históricamente por las circunstancias de cada época, hay que volver la mirada siempre al origen, que para los cristianos se sitúa en Jesús de Nazaret y la Iglesia primitiva. Por encima de las costumbres y hábitos adquiridos con el paso del tiempo está siempre la fidelidad a Jesús mismo, que debe ser replanteada en cada momento histórico.

Con esta clave hay que leer las palabras del Papa, que subrayan el peligro de una jerarquía y un ministerio que se han acostumbrado a mandar, y un pueblo que se ha acostumbrado a obedecer, siguiendo un modelo más medieval que evangélico. También existe una “clericalización del laicado”, habituado por costumbre y comodidad a relegar funciones en el clero. El problema de fondo es que se ha fijado la vida interna eclesial como una estructura organizativa y de poder, que ha funcionado durante siglos, pero que hoy está naufragando en muchos lugares. La realidad actual muestra una gran debilidad de las comunidades cristianas, convertidas en grupos sociológicos de edad avanzada, con gustos devocionales o religiosos compartidos, pero con escasa capacidad de ofrecer a los jóvenes la vida cristiana como un estilo de vida atractivo, alternativo frente a los nuevos modelos sociales y culturales. De este modo abundan las comunidades parroquiales ficticias que no suscitan vocaciones, y las pocas que aparecen tienden a reproducir el modelo clásico, con un estilo individualista donde prevalecen las virtudes y capacidades personales del ministro ordenado y brilla por su ausencia la vida fraterna de la comunidad.

Es evidente que la solución a este problema pasa por un cambio profundo del paradigma eclesial. Un peligro fraudulento sería que la comunión y la sinodalidad se conviertan en palabras novedosas incorporadas al discurso eclesiástico cuyo contenido se diluye, procurando parecer que todo cambia para que todo continue igual. O sea: cambiar las formas y las apariencias para mantener el sistema clerical un poco más atenuado. Es difícil que la generación presente pueda dar paso a una iglesia no clerical, cuando se ha recibido una formación marcadamente clerical. Sólo el Espíritu Santo puede llevar a cabo un cambio tan profundo como el que la Iglesia necesita hoy: “para los hombres es imposible, pero para Dios nada es imposible». Se trata de palabras del arcángel Gabriel a María (cf. Lc 1,37) que provocan su respuesta de fe y abren paso a la Encarnación. Unas palabras que Jesús recoge y repite a sus discípulos para contrarrestar su poca fe (cf. Mt 19,26). Los signos de los tiempos apuntan a un cambio de esta naturaleza, que solo puede realizarse con el poder de Dios.

En los años del Postconcilio han surgido interesantes experiencias comunitarias fruto del Espíritu, pero que apenas han conseguido desarrollar un discurso teológico que ayude a promover los cambios necesarios, mientras que la teología y la reflexión han quedado en manos de la mentalidad clerical. Esta profunda disociación motiva las fricciones entre algunos miembros de la institución eclesial y grupos y movimientos eclesiales con experiencias y aportaciones que podrían iluminar el itinerario hacia un nuevo estilo eclesial. Mientras que los miembros clericales de la institución tienden a oscilar entre la añoranza del pasado y la peligrosa influencia de la mundanidad -ambas denunciadas por el Papa Francisco-, el pueblo de Dios camina, a veces desorientado, sin ver con claridad los elementos con los que pueda avanzar en el presente.

Hay que tener en cuenta que la teología que se ha hecho durante siglos está alimentada por una mentalidad clerical. Es lo que hay. Y una consecuencia de ello ha sido la ausencia de la mujer en los ámbitos de decisión y responsabilidad eclesiales y la poca escucha de su voz y sus criterios en la reflexión teológica. Una situación preocupante que provoca una deformación profunda, mutilando la dimensión femenina en la vida eclesial. Como reacción han aparecido diversas formas de teología feminista con aportaciones de mucho interés, pero también peligrosos desequilibrios en sentido contrario. El pensamiento cristiano no puede surgir del dominio o la exclusión, pero tampoco de la reivindicación victimista. Más bien debería confluir en una teología eclesial hecha desde la comunión y el diálogo de ambos, el hombre y la mujer.

Retos ante el futuro

La secularización y la crisis de vocaciones son signos del Espíritu que están reclamando un nuevo estilo de ministerio ordenado al servicio de comunidades cristianas probablemente más pequeñas, pero más concienciadas y responsables de su identidad y misión.

El itinerario de la desclericalización eclesial reclama nuevas experiencias en el seno de la Iglesia, mediante la puesta en práctica de iniciativas concretas, sin las cuales difícilmente podrá alcanzarse una renovación. Algunas iniciativas necesarias, a mi parecer, son las siguientes 4 propuestas:

  1. Cambio de mentalidad: prioridad de la comunidad cristiana. Se necesita un cambio de mentalidad: la comunidad cristiana hay que crearla, no darla por supuesta. Que los ministros ordenados sirvan a la Iglesia significa que es necesario que obispos y presbíteros estén capacitados para engendrar verdaderas comunidades cristianas, con personas reales y concretas que nacen y maduran en la vida cristiana: leen y estudian la Biblia, asisten a las celebraciones y oran juntos, ejercitan la caridad atendiendo a los necesitados, comparten actividades lúdicas y culturales, se ejercitan en la comunión y la fraternidad. Hay que redescubrir la vida cristiana como una vida de familia, entretejida de relaciones humanas, y no reducirla al cumplimiento dominical. El ministerio ordenado siempre será necesario, pero al servicio de verdaderas comunidades cristianas. Hay que formar a todos los cristianos en la experiencia de comunión. La sinodalidad será una consecuencia.
  2. Nuevo estilo de formación eclesial. Son necesarios cambios profundos en la formación eclesial. Hay que crear Seminarios para el Pueblo de Dios, y no solamente Seminarios clericales. El Seminario del Concilio de Trento ha cumplido su misión y ha de pasar a un nuevo estilo de formación, integradora y plural. Los presbíteros saldrán de estos Seminarios nuevos, pero también saldrán de allí vocaciones al matrimonio y a la vida religiosa. Para una eclesiología conciliar de la Iglesia como Pueblo de Dios es necesario crear Seminarios para el Pueblo de Dios.
  3. Nuevo estilo de obispos. Se ha de replantear no solo la formación de los presbíteros, sino también la de los obispos. Los obispos no puede ser una selección promocionada de presbíteros clericales sino verdaderos hombres de Iglesia, engendradores de comunidad cristiana. Hoy no es suficiente con buscar gestores listos y devotos, que no dejan de ser funcionarios, aunque sean buenos y eficaces. Hace falta obispos que sean y actúen como verdaderos padres de familia: que quieran a las personas, las cuiden y se preocupen de ellas (los pastores con olor de oveja de los que habla el Papa Francisco), generando vínculos de fraternidad y solidaridad. Personalmente creo que no tiene sentido un obispo que no viva en comunidad: ¿cómo podría pastorear a la Iglesia, que es la familia de los hijos de Dios?
  4. Papel de la mujer en la Iglesia. La mujer tiene que participar de los órganos consultivos, deliberativos y decisorios en la Iglesia, a todos los niveles. El mundo de hoy, y también la Iglesia, necesita del genio de la mujer. La mujer cristiana tiene el don de generar ambiente de familia en el seno de la comunidad cristiana. Por ello ha de tener un papel importante en la formación presbiteral, con derecho a voto y a veto, respecto a posibles ordenaciones. No se puede aislar a los candidatos al presbiterado para protegerlos. Más bien hay que darles un ambiente intenso y atractivo de comunidad, y que se relacionen con todos.

Resumiendo, las cuatro propuestas: priorizar la comunidad cristiana y no tanto los ministros ordenados, un nuevo estilo de formación eclesial más comunitaria, un nuevo estilo de obispos más humano y familiar, y la presencia real de la mujer en los ámbitos de decisión en la Iglesia.

Donde la Iglesia no avance por este camino, acechan los peligros de alimentar nuevas formas de clericalismo, perdiendo capacidad evangelizadora y entrando en procesos de irrelevancia o incluso de extinción.  El camino no es fácil y tiene peligros, que no hay que subestimar. Siempre será una advertencia el recuerdo de las comunidades cristianas del norte de África, muy florecientes en la Iglesia primitiva, pero hoy desaparecidas. También Europa, que fue centro del cristianismo durante siglos, está en una profunda crisis eclesial.

Personalmente me parece peligroso pensar que el futuro de la Iglesia pase por la formación de los presbíteros. Si ponemos en ello la prioridad, siempre tenderemos a reformular nuevos clericalismos. Creo que el futuro de la Iglesia pasa, más bien, por la creación y existencia de comunidades cristianas reales, no ficticias, en cuyo servicio habrá que formar a los presbíteros nacidos de ellas. Las vocaciones tienen que surgir de la comunidad y madurar en ella, no en ambientes asépticos de aislamiento donde pueden ocultarse o producirse deformaciones psíquicas. La formación cristiana es algo fundamental que debe ofrecerse en el contexto comunitario de todo el Pueblo de Dios.

No podemos olvidar que allí donde el cristianismo deja de ser un estilo de vida rico y exigente y se convierte en una simple tradición cultural, en costumbres o folklore, acaba perdiendo su identidad y al final es barrido por cualquier moda cultural o influencia ideológica. La historia de España de las últimas décadas nos ofrece testimonios que apuntan en esta línea.

Epílogo

Terminamos con unas palabras proféticas del Papa Francisco dirigidas a los participantes de la 105 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina el 25-3-2013, poco después de su elección papal:

«Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar».

«Les deseo a todos ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la solteronería clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos, gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios; esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia. (…)

Que el Señor nos libre de maquillar nuestro episcopado con los oropeles de la mundanidad, del dinero y del «clericalismo de mercado». La Virgen nos enseñará el camino de la humildad y ese trabajo silencioso y valiente que lleva adelante el celo apostólico».

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