Putin, Dostoievski y el alma humana

Mientras en Europa se ha iniciado una nueva guerra, algo increíble en siglo XXI, me viene a la mente la figura de Fedor Dostoievski, cuyo segundo centenario de su nacimiento celebrábamos el año pasado. Una figura extraordinaria y profética que supo describir como nadie la realidad del ser humano y el desafío de los nuevos tiempos.

El gran novelista ruso Dostoievski (1821-1881) fue autor de obras inmortales como Crimen y Castigo o Los hermanos Karamazov. Un escritor con una gran capacidad psicológica para describir y profundizar el alma humana que ha tenido una gran influencia en la cultura occidental. Admirado por Freud e incluso por Nietsche, supo entrar en la compleja profundidad de la mente y los sentimientos humanos. En su literatura encontramos los grandes temas humanos: la lucha del bien y del mal en el corazón, la libertad individual, la rebeldía contra la injusticia, la degeneración moral del individuo, su redención a través del sufrimiento…

Para él la literatura fue el camino de expresión de una creatividad genial que atraviesa una vida tormentosa y que necesitaba buscar una salida, viviendo en plenitud. Su vida misma parece una novela. Maltratado por su padre, marchó al ejército. De joven participó en grupos políticos para derrocar el zarismo. Fue apresado y condenado a muerte. Finalmente, ante el paredón, se conmutó su pena por cuatro años de prisión en Siberia. Arrastró una salud débil y problemas de epilepsia. Graves problemas económicos le acompañaron durante décadas, con etapas de alcoholismo y ludopatía. Se casó dos veces, y su segunda esposa, Anna Grigorievna Snitkina, fue una abnegada colaboradora suya hasta los últimos días. Con ella tuvo que superar la muerte de tres de sus cuatro hijos. Viajó por Europa, luchando con sus deudas. Su pensamiento fue evolucionando, y la fe cristiana iluminó la madurez de su vida y las contrariedades y conflictos de su biografía personal, descubriendo el materialismo y el derroche consumista como los grandes males de su tiempo.

Una persona que vivió la vida con pasión y plenitud, con sus alegrías y tristezas, miserias y grandezas. Nadie como él personifica el alma rusa, e incluso el alma europea, con sus valores y contradicciones. Fue el primer gran escritor que se centró en mostrar la interioridad de la gente sencilla, abandonando los ambientes nobles o elevados de la sociedad, y volcando en sus escritos los dramas y preocupaciones de su tiempo. Su primera novela, Pobres Gentes, ya muestra esta tendencia. Sus textos recogen la realidad de su época, pero no envejecen con el paso del tiempo, porque enfrentan temas profundamente humanos. Dostoievski no teme los excesos y contrastes y ofrece lo que podríamos definir -nunca mejor dicho- como una montaña rusa de intensas emociones. Presenta al ser humano en su centro personal, con sus contradicciones, capaz de las mejores cosas, pero también de las mayores aberraciones y maldades. Nos muestra sus grandes miserias y sus enormes tesoros de generosidad e idealismo. Aunque en su juventud se sintió atraído por el socialismo utópico, al final fue considerando que el verdadero tesoro estaba en la religiosidad rusa, sin despreciar las aportaciones de la influencia europea. Se detiene observando las figuras humilladas y heridas de un mundo antiguo que está cayendo ante nuevos procesos sociales y políticos que van a transformarlo por completo. Y nos presenta al ser humano, sus contradicciones y su voz interior, cayendo a veces en los abismos de su propia destrucción, pero con la capacidad espiritual de resurgir y nacer de nuevo, redimido en el amor.

Treinta años después de su muerte, se iniciaba la revolución rusa, que llevaría al triunfo del Partido Comunista de Lenin y se inauguraría un modelo político que buscaba la justicia a través de la revolución del proletariado, asumiendo la violencia como camino justificado para alcanzar un paraíso en esta tierra, en el futuro. De Lenin se pasó a Stalin, cuyos métodos autoritarios y sanguinarios con sus propios ciudadanos revelaron los horrores del poder absoluto e incontrolado. Ciento ocho años después de la muerte de Dostoievski, caía el muro de Berlín, y el mundo contemplaba el derrumbamiento del modelo político comunista que había dominado la mitad del orbe durante décadas. El comunismo no había conseguido ahogar el alma del pueblo ruso.

Con la caída del comunismo, millones de personas salieron del autoritarismo dogmático, pero no encontraron el camino, ni quizás recibieron la ayuda necesaria de los países occidentales, para llenar de sentido la democracia y la libertad por la que habían luchado. Ello llevó a una decepción que se ha convertido en campo cultivado para nuevos populismos. Pero no queramos dar respuestas simples a problemas complicados. Lo decía Dostoievski: “No nos olvidemos de que las causas de las acciones humanas suelen ser inconmensurablemente más complejas y variadas que nuestras explicaciones posteriores sobre ellas”. Muchas personas que salieron de regímenes comunistas han experimentado que Occidente no les ofrece nada mejor, sino una vaga libertad en la que dominan los poderosos. Es el mismo problema que atenaza desde siempre a la humanidad. Ni la justicia sin libertad, ni la libertad sin justicia. Unir ambos aspectos es el gran reto de toda cultura y civilización para dar sentido y dignidad a la vida humana. El hombre ansia la libertad, pero cuando la tiene, no sabe bien qué hacer con ella. O -mejor dicho-, no acierta a conseguir el bien con ella.

La espiritualidad rusa no impidió la llegada de Stalin, la gran tradición cultural alemana dio paso a un Hitler y los siglos de democracia norteamericana y su propaganda para llevarla a todo el mundo no han conseguido vetar la llegada de Trump -por cierto, un gran admirador de Putin-. La mentalidad confuciana que impregna al pueblo chino ha tenido más influencia en el progreso actual que Mao Tse Tung y su revolución cultural teñida de sangre y persecuciones. Ningún país ni estado está exento de peligros, cuando falla la vigilancia personal y social.

Recordaba en estos días a Dostoievski y su búsqueda de la verdad y del bien, como una realidad dramática que debe afrontarse en cada época. En el fondo del corazón de cada uno de nosotros se esconde un santo, y también un asesino o un hipócrita, si no vigilamos. Todo depende de las circunstancias, pero, sobre todo, de nuestra libertad personal. En su obra “El Idiota” aparece la conocida frase de que “la belleza salvará el mundo”. Se trata de la belleza del amor y del bien. Pero el autor también dice que “lo peor es que la belleza es misteriosa y terrible. Dios y el diablo están luchando allí, y el campo de batalla es el corazón del hombre”.

El triunfo de la belleza para salvar a la humanidad no es un vago sentimiento o ilusión idealizada sino una lucha personal y comunitaria, donde los demonios individuales y sociales atacan a la humanidad y pueden conducirla a las mayores deformaciones e injusticias. No olvidemos que Europa, que exportó cultura y civilización a todo el mundo conocido, también exportó opresiones colonialistas y dos guerras mundiales en el siglo XX. Todos debemos vigilar para que nuestros demonios no hagan daño a la humanidad. Dostoievski nos recuerda que hay que luchar para que triunfe la verdad y la paz en medio de los hombres, porque, aunque todos tenemos la semilla del bien en el interior, también tenemos nuestro lado oscuro, dispuesto a salir a la luz, con una gran capacidad de engañarnos y de engañar a los demás. La grandeza de los hombres y de las naciones no está nunca en el poder y el dominio de otros sino en la belleza del amor que se abre paso dramáticamente en el relato entrelazado de las biografías personales.

Europa necesita de Rusia y su espiritualidad, que a veces se oculta en el fondo del alma rusa, del mismo modo que Rusia necesita de Europa.

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