
Ni los intelectuales son malos ni las ideas tienen por qué ser trágicas. Pero aquí vamos a centrarnos en un problema grave de la cultura y de la sociedad: absolutizar las ideas y dejarnos deslumbrar por ellas, idealizando a algunos intelectuales.
Es cierto que las ideas mueven el mundo, pero a veces lo empujan hacia el abismo. Cuando se absolutizan ideas, aparentemente buenas, podemos perder el contacto con la realidad y caminar hacia el desastre. Las ideologías son un peligro cuando falta el contraste y el discernimiento, y se olvida la finalidad última de la persona humana y su dignidad.
Podríamos poner muchos ejemplos, pero elegiremos sólo uno. Karl Marx ha sido una figura cuyas ideas han influido en millones de personas a lo largo de la historia, promoviendo rebeliones y revueltas que han transformado el planeta:
“¡Proletarios del mundo, uníos!” Y así lo hicieron en algunos países del mundo, buscando superar las injusticias: ¡qué gran idea!
Durante más de medio siglo la mitad de la humanidad estuvo gobernada por regímenes inspirados en ideas marxistas. Hoy en día, los únicos países que mantienen su herencia progresan en la medida que abandonan muchas intuiciones originales de Marx. China es el mejor ejemplo de un país presuntamente comunista que ha triunfado aceptando el juego del capitalismo y manteniendo la estructura política autoritaria y el control de los ciudadanos.
Pero Marx, que guio la vida y el destino de tantos trabajadores, no trabajó nunca manualmente. Fue un intelectual. Pudo ir viviendo sin trabajar, gracias al patrimonio de su familia y después de su mujer (cuyo nombre apenas nadie conoce: se llamaba Jenny von Westphalen). Difundió sus obras gracias a diversos amigos colaboradores suyos, como Friedrich Engels. Y vivió de manera desahogada, con aquel estilo burgués que tanto despreciaba: con criadas, acumulando deudas, despilfarrando dinero, con mucho alcohol y una vida licenciosa. Aunque crecían sus apuros económicos no dejó nunca de visitar los mejores balnearios y de mandar a sus hijas a los mejores profesores de Londres. El defensor de las clases maltratadas tuvo toda la vida como sirvienta a Helene Demuth, sin pagarle nada, y la dejó embarazada, atribuyendo el hijo a su amigo Engels. Teniendo a su mujer enferma, intentó abusar de una sobrina. Tuvo siete hijos reconocidos con su mujer, de los cuales sobrevivieron solo tres hijas, dos de las cuales se suicidaron.
Marx es un caso extremo, pero no deja de ser significativo. Se trata de datos poco conocidos sobre el autor del Manifiesto Comunista, cuyas ideas sedujeron a muchos intelectuales y cambiaron la vida de millones de personas. El resultado del comunismo, tras muchos años de aplicación de sus doctrinas, fue la muerte de millones de personas, sacrificadas para conseguir la realización de una gran idea. La dictadura del proletariado resultó ser un camino de destrucción, no el progreso imaginado hacia el paraíso comunista. La idea parecía buena, pero resultó trágica en Rusia, China, Vietnam, Camboya, etc.
¡Qué peligrosas pueden llegar a ser las doctrinas de intelectuales que no tienen experiencia de lo que hablan! Hacen elucubraciones abstractas que pueden seducir con el atractivo de sus explicaciones falaces. Ya Sócrates advirtió del peligro de los sofistas, que construyen discursos bellos y engañosos que se alejan de la verdad, pero cautivan a los oyentes con el ingenio de las palabras y el artificio de las argumentaciones.
El peligro de dejarse deslumbrar por grandes ideas no es exclusivo del comunismo, sino que se extiende a otras tendencias políticas y sociales y a todos los ámbitos de la realidad. También el nazismo tuvo un líder populista que se convirtió en un dictador sanguinario que tuvo muchos seguidores con un proyecto nacionalista de grandes ideas de progreso y de esplendor.
Todas las ideologías son peligrosas cuando absolutizan doctrinas y olvidan a las personas, que pasan a ser piezas reemplazables del gran mecanismo de la historia, movido por grandes líderes presentados como visionarios, pero que no son más que personajes egocéntricos y megalómanos.
No sólo en la política, también en lo social y en la religión. ¡Cuántos disparates se han cometido y se pueden cometer en nombre de la imagen que uno tiene de Dios! Incluso el cristianismo, convertido en ideología dominante, puede ser peligroso, cuando en función de promover las ideas cristianas se alía con el poder y llega a olvidar la dignidad de las personas concretas y reales que existen verdaderamente y a las que Jesucristo se dirigía para invitarlos al Reino de Dios. El Reino de Dios no es una idea, sino una realidad ya presente, de manera misteriosa, en el mundo.
Pero las ideas mueven el mundo, por eso es tan importante saber distinguirlas y contrastarlas con criterios de verdad y de bondad. La referencia es siempre la persona humana. Aquello que promueve el bien y la dignidad de la persona es bueno. Bondad y verdad aquí se identifican. La persona humana, con todo su contexto biográfico, ambiental y social, local y planetario, constituye la referencia fundamental e irreductible. La persona con todo su mundo es el núcleo fundamental de la cultura y de la civilización auténticamente humana.
Hay que evitar la tentación de querer edificar una cultura con ideas e ideologías que no estén contrastadas con la experiencia. Es la experiencia humana la que revela la verdad o falsedad de las ideas, y sólo con ella se puede ir edificando una civilización respetuosa con la dignidad personal y promotora de justicia y solidaridad. Descubriendo la coherencia de las ideas y la vida -y cómo una vez aplicadas éstas producen los efectos deseados en la realidad-, sabemos que vamos por el buen camino. También comprobamos la verdad de las ideas cuando las vemos encarnadas en aquellos que las predican. Y esto sirve para todo tipo de líderes: sociales, culturales, artistas, políticos o religiosos.
Hoy el mundo está lleno de ideas muy variadas y contradictorias, discursos innumerables y relatos múltiples. Cuando las ideas pasan por encima de las personas concretas y reales hay que desconfiar de ellas. Conviene descubrir y comprobar primero cómo y dónde todo esto se convierte en realidad. El paso de la idea a la experiencia nos muestra su coherencia y su verdadero contenido de verdad y de bondad, en relación con el único valor absoluto e irreductible: la persona humana y su dignidad.
